El profeta en su tierra
Mis conferencias y recitales que había hecho en Medellín, fueron al aire libre, en calles extramuras, sobre muros de ladrillo, o en las bancas del Parque Bolívar: de fondo, el escenario imponente de la catedral Metropolitana, y bajo el cielo, el aleteo de las palomas, y el frufrú del viento en las hojas.
A pesar del tumulto y el griterío, mis palabras no se las llevaba el viento: quedaban como secretos en el alma de la juventud, inquietando sus sueños, despertando su conciencia.
“Juventud, hay un dios dormido dentro de ti:
despierta a tu dios para que sueñe,
préstale tu voz para que cante.
Recuerda, juventud, que eres un dios con pantalones” (1960).
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Regresé a Medellín a ver si lo habían olvidado. Esta vez el diálogo con la juventud no fue en los extramuros de la ciudad, sino en el corazón mismo de su cultura: el Paraninfo de la Universidad de Antioquia.
Temía que me hubieran olvidado por un silencio de varios años, durante los cuales había surgido una generación nueva, heredera de las rebeliones del nadaísmo, y en cuyas almas repercutían los ecos de nuestras primeras contiendas. Mi voz conservaba una vigencia no deslucida por el tiempo. Sentí en carne viva que el nadaísmo no era un movimiento del pasado, sino del porvenir. La presencia de esa multitud jubilosa lo confirmaba.
Una mezcla de alegría y terror, de fervor y desesperación, henchían mis palabras ante un público que no estaba allí por curiosidad, por perder el tiempo, sino animado por una vocación ardiente de comprender, buscar signos propicios, palabras de fuego para bautizar sus esperanzas y marchar al combate.
No habían asistido, ciertamente, para oír hablar de “literatura” al estilo pajoso de los literatos. No en busca de palabras sino de hechos. No de vaguedades conceptuales, sino de verdades vivas. Aquel ámbito no era intelectual, sino de lucha de una juventud buscando sus armas, sus sueños, y hasta sus razones para morir por esos sueños.
Mi compromiso era alumbrar, en la medida de mis luces, el sentido de esa lucha, y los caminos posibles de la rebelión, no hacia una meta política determinada, sino a la conciencia de nuevos valores, nuevos rumbos para el hombre y su misión.
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Mis credenciales a la juventud fueron estas palabras:
“Sería lógico empezar diciendo que regreso a Medellín y la Universidad, como el hijo pródigo. Pero como un poeta odia la lógica, prefiero decir que regreso como un hijo bastardo. O sea, como uno que no ha sido capaz de legitimar su pensamiento, ni conciliar los sueños y la realidad, los ideales con la acción. No es mi culpa. En una sociedad corrompida, la partida de nacimiento de un escritor no consta en el papel sellado, sino en oponerse a la sociedad que lo engendró. En ser auténtico. Pues sólo la rebeldía puede ser la palabra de honor de un bastardo”.
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Dos horas después, la juventud amenazó sacarme en hombros de la Universidad, resuelta a cualquier heroísmo. Pero la fragilidad de mi poesía y mis huesos no merecían ningún sacrificio por el momento, y en espera de mejores días.
Los entusiastas de esa noche afirmaban que sólo Cochise había despertado semejante delirio. Pero mis pulmones ya saben distinguir la embriaguez del poder, y los abismos de la ilusión.
La gloria es avara como el relámpago.
A esa gloria de multitud, prefiero la sencilla y poética de un corazón de mujer, que en la soledad de sus sueños me recuerda con esperanza.
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Un laurel llamado Magnolia
Gonzalo:
Aunque tarde, quiero que lleguen a ti mis felicitaciones por las bellas ideas que expresaste en tus conferencias dictadas en Medellín. Son palabras de aliento a nuestra juventud imbuida en sus propios problemas, y que, cuando se entera de la situación de nuestra sociedad, se le atan las manos, se le encierra, se le amordaza, para que no grite la verdad, ni destruya los castillos de ficción construidos sobre la miseria del pueblo.
Y digo que tus ideas son bellas, porque encierran todo un terremoto; cada palabra inquieta. La tierra es bella porque gira y gira... destruye con su movimiento y crea nueva vida. Tu palabra es casi un planeta. Es vida.
Me emocionó el oírte hablar de Che, y sobre todo esta frase: “Si no es posible vivir de los sueños, hay que morir por ellos”.
Yo tengo 19 años y sueño como todos los que tenemos juventud. Pero si los sueños de una Colombia nueva y mejor no se cumplen, yo repito tu frase “hay que morir por ellos”.
Te habrá extrañado esta carta. Tú no me conoces, pero yo sí. Hasta que un día te vuelva a ver, y a oír. Para ti y el nadaísmo, un saludo casi nadaísta:
María Magnolia Puerta
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Esperaba tu carta sin conocerte, amiga. Por eso no me extraña que me hayas escrito. Yo siempre escribo pensando en ti, para que tus pensamientos y los míos se reconozcan en esa región de los sueños más vivos y más puros: ¡la juventud!
¡Que seas siempre bella como tu nombre y tus sueños de 19 años, mujer en flor!
Fuente:
Revista Cromos, 17 de febrero de 1969, columna “Última página”.
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Elprofetagonzaloarango.com