Adiós al Nadaísmo
Caído en el limbo espiritual
Caído en el limbo espiritual suspiro por nuevos suplicios.
Reclútame Señor para la salvación o el terror.
Los ideales que no cambian la vida corrompen el alma.
Esta pureza que cultivo en soledad me da asco.
El espejo ya no me refleja: me culpa.
Dios mío, sálvame de esta paz difunta.
Devuélveme la esperanza y el sufrimiento.
Dame fe en una causa aunque sea perdida.
Dame todo el fuego que sobró de Sodoma, la sed que incendió tus delirios.
Quiero arder ¡arder!
¡Dame, Señor, la desesperación de creer y la felicidad de destruirme!
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Nunca aspiré al poder
Nunca aspiré al poder de hacer felices a los hombres, ni confortable la vida. Desprecié la meta de los humanismos digestivos y los idealismos teológicos. La tragedia era mi quimera de oro, la libertad en la ruptura, la cita con Dios en el abismo, la belleza con aire de Angel Exterminador.
¿Era errado el Camino? O el Camino, una vez caminado, ¿no conducía a ninguna parte como lo presentí en pleno delirio? ¿Acaso sigo buscando revelaciones salvadoras en un área desconocida de conciencia, en las entrañas del monstruo que devoró a Rimbaud en el laberinto de sus iluminaciones?
Nunca dije la última palabra; siempre tuve mis dudas aflorando en silencio. He dejado de ser mudo a duras penas para mal-decir esas dudas, cuando lo que me quemaba interiormente era el ansia de claridad, el terror de la verdad, despejar la tiniebla hasta encontrar la clave de los sésamos que nos abrirían los mundos luminosos de salvación.
Mi paso no es la meta de mi generación; mi camino no es su camino. Somos caminantes juntos cada cual perdido o salvado en su camino. Libertades unánimes y esencialmente solitarias, eso es lo bello de la aventura. El Nadaísmo no era el fin, sino el medio de realizar cada uno su infierno o su paraíso a la medida de sus sueños, de sus furias, para gustar su sombra bajo el sol y beberse su sed.
En mi caso, hice de él mi trinchera, mi fortaleza, no para conquistar la gloria ni el poder, sino para no dejarme conquistar de la Muerte, la hambrienta zorra de los desiertos de Dios.
En un sentido esencial de mi verdadera vocación, he buscado en el arte el Olvido Salvador, o sea, el ocio de los sueños creadores y la rebelión del espíritu. El Nadaísmo significó todo eso: gota amarga de mi cáliz, sobrado de pan que nunca sobra, arma poderosa de mis fuerzas desarmadas, olivo de fe en la aventura humana.
Maravillosa aventura la Tierra cuando se ama y se odia con pasión creadora, religiosa. La belleza convierte el exilio en reino, y el sabor oscuro de la manzana del conocimiento en alegría de vivir. No usurpé nada a nadie, sólo defendí estos dones para nosotros, y para muchos, aunque sé que nos sobra todo lo que nos falta.
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No vivir atado a la cruz irredimible del Nadaísmo, ni crucificado como Héroe o Mártir, ni colgado irrisoriamente del Mito, muerto de risa.
La cruz que no promete redención, es fatalidad.
Y ser nadaísta es también negar el Nadaísmo si ya no sirve a los poderes de la vida y el arte.
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Victoria del ser sobre el tener
Mi vida pública expiró.
Mi vanidad es sombra de fantasma, carece de importancia nacional. La fortuna que dejó la larga lucha a muerte con la nada es el silencio, la humildad; mi bolsa de valores llena de vacío, pero también de amor a los valores de la vida.
A los 13 años abandonar la guerra habiéndola ganado y no tener en qué caer muerto, no es fracaso literario, es victoria del ser sobre el tener, de la vida sobre la razón social.
Oh sí, todo está bien, y sobre todo el corazón a salvo. Que en el pan de cada día no nos falte el sueño, y un granito de incienso para adorar lo eterno.
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¡Soy otro!
Hice una gran hoguera de purificación con mi pasado. Mis secretas historias de ego terminaron en un puñado de ceniza ardiente.
Los tiernos y atormentados amores de juventud; mis aventuras al servicio de lo maravilloso; mis soledades y júbilos infames; mi imagen íntima y pública en mil ofertas diabólicas expresada; todo lo que no era yo: lo externo, lo irredento, lo perecedero, lo fatuo, lo social, dejó de ser en mí para siempre.
Me había convertido en guardián de mis fantasmas, heraldo de pesimismos funestos, imitador de ruidos fabulosos, egomaníaco hasta los abismos del tedio, patán de las mil maravillas, mistificador de revelaciones, héroe a mil kilómetros del peligro, imaginador de celestes cataclismos, quiromántico de elixires sexuales, embaucador de creyentes, forjador de tesoros femeninos para saquear en noches de festejo y penuria, recitador de sésamos falaces, malhechor de caminos espirituales, desorientador de soles y lunas sin rumbo, artífice desolado de mi propia ruina. ¡Ego puto!
Oh dioses con cuyas doradas majestades de luz osé rivalizar en poderes infernales y lirismos atroces, derrumbando las esferas de la infinita armonía.
Me he dicho sin nostalgia ni pena adiós a mí mismo.
Pirómano del Ave Fénix, ¡soy otro!
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Evolución, ¡el oro de la vida!
El Nadaísmo no ahorró medios sacrílegos ni lenguas de fuego para ejecutar la justicia de la vida en la tierra,
y erigir el reinado del espíritu luzbélico sobre los misterios de la belleza y lo sagrado,
hasta que nos devoró la manigua del naturalismo y el idealismo nos corrompió.
A las iglesias de la idolatría y el conformismo hay que derrumbarlas ladrillo a ladrillo como un terremoto lógico.
Oh heroísmos hechiceros, oh soledad de calvario, uno tratando de mortificar una metáfora se crucificaba todo.
Es que el Nadaísmo fue un calvario doloroso y bello: tan doloroso como sus clavos, y tan bello como sus cabellos de resurrección.
En el Nadaísmo no mascamos flores sino cabezales. Y por arrebatar la luz nos coronamos de espinas de ego, rosas suicidas, y ángeles de génesis.
Evolución, ¡el oro de la vida!
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Una reliquia que hizo milagros
No apegarme por egoísmo a una reliquia que hizo milagros: el Nadaísmo que nos salvó de la nada.
Me niego a ser santo del pasado, precursor del infierno, símbolo siquiera.
Nada de lo dicho y hecho, amado o muerto, escrito o silencio, me pertenece vanidosamente. He sido instrumento de la vida, vibrador instrumento.
De nada me arrepiento; de mis errores tampoco; me enseñaron la salida del laberinto. Todo fue positivo en el proceso, aun lo negativo; aprendimos a vivir.
El Nadaísmo fue un viaje de aventuras por el conocimiento y la experiencia, azaroso y venturoso; y en los viajes es real el sueño como la pesadilla.
Creo que cumplí la vibración para la que fui destinado en una determinada instancia del suceder histórico con la vida, mi destino personal, mi generación.
Bien o mal, he cumplido. gracias.
Fuente:
Obra negra. Santa Fe de Bogotá, Plaza & Janés, primera edición en Colombia, abril de 1993.