Carta a Jesús Arbeláez
Querido don Chucho (1):
Cuando haces un vestido tú no piensas que el vestido es el cuerpo. Lo mismo pasa con el alma, cuyo cuerpo es el traje.
Misericordiosamente habría que decir del mundo que es una mala sastrería, que vivimos en harapos.
Después de todo, esta no es más que una estación de la Eternidad, pero el viaje sigue. Existir es un eterno retorno a Dios. La etapa de la Tierra es dolorosa porque hemos sido oscurecidos por el pecado de soberbia, que fue el de nuestra caída.
A pesar de lo duro y el sufrir no te puedes quejar: buena semilla tu alma. Has dado frutos bellos para la vida: hijos?poetas sembrados en una era de horror, pero a la vez hermosos guerreros de la luz. Tú seguirás vivo en ellos como el mar de sus ríos. Sin ríos no hay mar, sin padre no hay hijos. Es el amor, cuya ley santa tenemos que cumplir.
Nos da miedo la muerte porque somos egoístas, pecadores, apegados a los sentidos, y no comprendemos. Pero en realidad la muerte no existe, es un tránsito de trascendencia, un cambio de “traje”. Allá es también aquí, bajo otra manifestación.
Todo lo que ES existirá para siempre, pues nada se destruye sino para perfeccionarse, para SER MÁS, y el morir es una puerta de salida y de entrada que se abre para renacer, aliviados del peso abrumador de la carne.
Ninguna fuente se detiene. ¿Por qué entonces la vida —suprema fuente— habría de detenerse? La vida pasa precisamente porque no puede detenerse. Estamos física y espiritualmente embarcados hacia Dios, a veces náufragos, pero al fin salvados.
La bondad de Dios es infinita, no importa que el demonio nos atraiga con falsos salvavidas y nos trague. Siempre estamos de paso hacia el Otro, pues no es bueno para el alma que nos quedemos toda la vida de sastres, mendigos, o literatos.
Tú, querido viejo, has hilado con amor y sacrificio el tejido de tu destino. Has dado lo tuyo plenamente. Te hemos hecho sufrir, sin duda, pues nos amaste, y nosotros estamos luchando con embriaguez hambrienta de Absoluto una guerra a muerte contra la mentira en el inmundo mundo del absurdo. Buscamos la luz armados de teas para matar en nosotros la mentira, el no ser. Nuestro viejo ateísmo —harapo de la razón— era nostalgia del Edén perdido, sed devoradora de Fuente Suprema.
Nada es de uno, nada termina para siempre. Te dieron la vida, tú has dado la vida, tus hijos seguirán dando la vida, y así eternamente...
Te miro partir sereno hacia la próxima frontera donde seguirás cumpliendo ciclos de evolución de retorno a la Esperanza, a Dios, del que seguirás siendo manifestación y presencia en una nueva estación, donde espero volver a verme contigo, despojados del dulce harapo corruptible de la carne.
Recuerda que el otro Chucho, el carpintero del Calvario, vivió para enseñarnos que se puede morir en la carne, pero no en el alma, no en Dios.
Bendícenos desde tus nuevas moradas, y guíanos hacia lo que fue tu vida: bondad, humildad y amor.
Hasta lueguito, don Chucho. ¡Te amamos!
Nota:
(1) A don jesús Arbeláez, en su lecho de muerte, ocurrida exactamente un año antes del accidente de G. A. Don jesús fue el padre de los poetas Jotamario y Jan Arb y amigo muy amado por todos los nadaístas, con quienes se solidarizó desde los sesenta, cuando el movimiento estaba en el apogeo de su peor virulencia.
Fuente:
Correspondencia Violada. Intermedio Editores, Santafé de Bogotá, 2000, pp. 431 - 434.