Cochise
El Corazón de Jesús más feo del mundo está en el Barrio Simón Bolívar: Cra. 84 N°. 37-6, de Medellín.
En esa casa vive Martín Emilio Rodríguez Gutiérrez, alias Cochise.
El cuatro veces Campeón Nacional de Ciclismo, Medalla de Oro en Winnipeg, y otros resonantes triunfos internacionales.
Con los campeones no tengo buena suerte.
Cuando doy al chofer la dirección, me lleva a otro barrio, al otro extremo de la casa que busco.
Después de perdernos en un laberinto de nomenclaturas digo al camarada conductor que esa dirección es donde vive Cochise, el campeón de ciclismo.
—Si me lo dice al principio lo llevo como un tiro.
Son las seis y media de la noche. Estoy atrasado media hora. Frente a la casa del campeón hay un Volkswagen estacionado, recién brillado. Toco el timbre.
Aparece una señora con cara de mamá.
—¿Está Cochise?
—Sí, entre.
Ahí mismo queda la sala de recibo. Al fondo el comedor. Ese que está comiendo debe ser él. Digo: “hola”. Él dice: “ya me iba a ir”. Yo digo: “entonces llegué a tiempo”.
Me siento en un sofá rosado, chillón. Ese Corazón de Jesús me aturde con su llamarada en el pecho amenazando quemar toda la casa, su propia melena. Luce recién salido de la peluquería, la barba rubia debe oler a Jean Marie Farina. La melena se precipita en un raudal de bucles engominados con glostora. No es un Cristo Redentor. Es una lámina para decorar un salón de cosméticos de Max Factor.
Las lámparas chorrean de los cielo rasos una luz cegadora. Hay terracotas, porcelanas feas pero baratas. Al lado de un conjunto de ballet clásico, hay un bigotudo horrendo fumando una pipa, o un cerdo barrigón que sirve de alcancía.
Frente a la sala está el barcito prefabricado, lleno de banderas y colorines. Todo delata el mal gusto del proletariado burgués.
Por una escalera se sube al segundo piso, donde están los dormitorios. La televisión está prendida. Una emisora muele música de pachanga a todo vapor. Es una casa muy animada por dentro.
La Hora Calmadoral anuncia que son las 6 y 45. Mi hombre llega al fin. Se para al frente sin mirarme. Como no dice nada me levanto y le doy la mano. Él se escarba con la uña una tirita de carne que se le quedó enredada en los dientes. Sigue sin decir nada, como a mil kilómetros de distancia. Este campeón parece difícil de entrevistar. Su tontería o falta de hospitalidad me desaniman bárbaramente.
Mientras se presta al diálogo lo observo: es un tipo alto, mide un metro con ochenta, pesa 75 kilos, buen mozo, de aspecto ingenuo pero viril. Viste un bluyín azul, camisa bicolor, irradia el esplendor propio del éxito y la buena salud.
Nada enturbia su mirada ni su frente: ni el pensamiento ni una nube de tristeza.
Acaba de cumplir veintiséis años. Nació el 14 de abril de 1942, en Guayabal, el barrio de los tejares de Medellín.
Ese debió ser un barrio muy pobre en su tiempo, sin agua, sin luz, sin alcantarillas, un vivero mortífero de plagas.
Los campeones suelen nacer en esos barrios proletarios, con muchas mangas, mucho barro, muchas penas, muchas miserias dentro y alrededor.
La mamá de Martín es una viejita que está ahí sentada oyendo sin mirar, remendando algo. Con un aire tierno y beatífico. Se llama Gertrudis Gutiérrez. Es viuda. No abrió la boca sino para confirmar la fecha del nacimiento del hijo.
El padre de Cochise llamaba Victoriano Rodríguez, pero murió a los once días de nacer el campeón, con lo cual la pobreza se sumó al dolor de su llegada al mundo.
En total son seis hijos: tres hombres y tres hembras.
Estudió hasta quinto de primaria. Dejó los estudios para trabajar. Su primer oficio, naturalmente, tenía que ver con bicicleta: cobrador en un gabinete de odontólogos. Estos profesionales lo estimularon en su vocación. Hoy los llaman “los Cochises”, por su culto idolátrico al campeón.
Luego trabajó como “despachador” en Caribú, aforando cajas y bultos de mercancía. Un obrero del montón.
Empieza a tomar en serio el ciclismo, entrena, participa en competencias regionales: como turismero. Se apunta el primer triunfo en la Doble a San Pedro.
Participa en una Vuelta a Colombia, el máximo evento deportivo y ocupa el sexto lugar. Es un buen presagio.
Cada año se acerca un poco más a la meta y a la gloria, y por varias veces se clasifica subcampeón.
Hasta que se corona por fin, y repite la hazaña cuatro veces consecutivas, sin rival a la vista para disputarle la corona. Este año se verá.
Con la fama llegan los privilegios, los patrocinios. De los sótanos de mercancía asciende a empleado de las oficinas de la empresa. Le pagan por no hacer nada, o muy poco. Pero debe hacer acto de presencia como todo el personal. Puede disponer del tiempo que necesita para entrenamientos.
Como la hinchada ocupa todo el tiempo el conmutador de la fábrica, el gerente Gabriel Ángel decide que se quede en casa, que sólo vuelva a cobrar el sueldo. Incluso, le propone que funde un pequeño almacén para que atienda a su clientela, y le ofrece créditos y garantías.
Cochise funda el Almacén Cochise, donde vende blue-jeans Cochise. Por cada bluyin que vende encima un autógrafo. Es un éxito, bate el récord de ventas de los grandes almacenes. Una hermana del campeón y su colega Papaya Vanegas, lo administran. Él hace acto de presencia dos horas por la tarde, de 5 a 7.
Su patrón se preocupa y piensa que su patrocinado dejará de ser un día campeón, pues esa es la fatalidad de la gloria: no ser eterna.
Por esa razón, el doctor Ángel le costea profesores a domicilio para que le enseñen cositas y hagan del campeón un ciudadano útil a la sociedad en el futuro. En sus horas libres, Martín estudia historia patria, inglés y ortografía.
Afortunadamente su cultura patria no se le nota ni por el forro, pues si lo meten de lleno en la sintaxis se caerá del galápago.
La sublime virtud del campeón radica, precisamente, en su absoluta animalidad, en su poder irracional. Nunca en saber qué diablos es un sufijo, lo cual sería la ruina de su carrera deportiva.
Para cumplir esas hazañas hay que tener cerebro de plomo, alma de torero, y pies de oro.
El único enemigo que tiene Cochise, es el tiempo. Un año de estos lo derrotará la edad, nadie más.
El ciclismo es su vida, su gloria, lo que más ama. A eso lo sacrifica todo: amor, fiestas, diversiones, mujeres. No fuma, no bebe, no parrandea. Se economiza íntegramente para la hora de la verdad: ¡la victoria!
Se levanta a las 7 de la mañana, desayuna, monta en la cicla. Entrena 5 horas diarias. Va y viene por todas las carreteras, por todos los climas. Corre en llanos, en subidas, en bajadas, en frío, en caliente.
A la una de la tarde regresa, se baña, almuerza, duerme dos horas. Estudia con sus profesores. Luego se va para el Almacén Cochise a ver cómo anda el negocio.
A las 7 de la noche regresa al hogar, come, va un rato donde la novia o ve televisión. A las diez está roncando.
Así todos los días, invariablemente, durante años.
Es una vida heroica y ascética la de los campeones. El precio de su gloria es renunciar a los privilegios que da, pues de lo contrario no serían campeones.
El reportaje no duró una hora como estaba previsto, sino cuatro.
Pues por la casa del campeón desfilan vecinos, hinchas, deportistas. Esa noche, un bus estacionó en la casa con 50 pasajeros. Venían de un paseo dominical. Querían verlo, conocerlo, admirar sus trofeos, pedirle un autógrafo.
Subían por tandas al segundo piso donde están las copas, las medallas y todo eso. Doña Gertrudis se puso activa, vigilante, para que no se fueran a robar nada.
A Cochise se le despertó el seductor, y galanteaba inocentemente a las chicas de minifalda o bluyines. A las bonitas les decía “mamacitas”. Me llamaba la atención para que tomara nota de su éxito.
—Oíste, ¿vos qué opinás de este bomboncito, ah?
La chica ríe como un perrito agradecido, es decir, como una perrita, y al saborear el elogio deja ver el cobre de su belleza: le faltan tres dientes.
Como debían oler a paseo de día entero, la cosa no me entusiasmaba, francamente. Para que no pensara que yo era un maldito envidioso, le seguía la corriente: “Oh, divino el bomboncito”.
Cuando el paseo se marchó la casa quedó oliendo a salchichería, una mezcla de olores amotinados. Pero el campeón estaba feliz de haber abrazado a sus “bomboncitos”.
Un perro vino y se echó en mitad de la sala. Era grande y manso. El campeón lo acarició con cariño.
¿Cómo se llama?
“Blek”.
Pensé en William Blake.
¿Blake? ¿Como el poeta inglés?
No, “Blek”.
Aunque no era negro, sino café con leche, pregunté si “Black”.
No, hombre, “Blek”, ¿cuántas veces te lo tengo que repetir?
Cochise me trató como a un “lagarto” a quien está haciendo el honor de conceder un reportaje. Nunca me llamó por mi nombre. En realidad, no sabía quién era yo: nadaísta, poeta, “Aliocha” y todo eso. A veces se ponía furioso con alguna pregunta que le parecía absurda, o que no entendía. Entonces me regañaba. Decía frases paisas de uso popular que yo no entendía bien, como “ni piper”, o “ya voy Toño”.
Sin embargo, me ofreció una cerveza. Dije que prefería mejor un aguardiente. Él dijo: “Vos sí sos exigente, ¿no?”.
Fue al barcito, sacó varias botellas de whisky sin descorchar para notificarme que en materia de licores no le ganaba nadie. Me ofreció un whisky. Antes de que se enojara, acepté. A última hora cambió de idea y dijo que si prefería un Tequila Cuervo, punto de México. Me estaba deslumbrando con su bar.
Está bien, lo que sea.
Me trajo una copa rebozante y se quedó ahí de pie, mirándome.
El trago es una tontería, nunca bebo.
Puse la copa en la mesa y anoté: “no bebe”.
Oye, ¿por qué te llaman Cochise?
Después te digo, tómate primero el tequila a ver qué tal.
Como era una orden muy amable, le obedecí.
Yo sabía que en el fondo tenía un corazón de oro.
Vacié la copa de un solo trago... ¡Rayos! No había ni una gota dentro del cristal. Miré la cosa extrañado, sin comprender. El líquido seguía ahí sin derramarse. Entonces el campeón se tiró al tapete a morirse de risa, feliz de haberme gastado una broma. La copa tenía doble fondo, era un juguete.
“Blek”, al ver a su amo como un condenado epiléptico, se puso a ladrar con ganas de darme un mordisco. El gritaba “¡Te la hice! ¡Te la hice!, ¡ja, ja, ja!”.
Me dio ganas de romperle la copa en la cabeza, pero sólo dije: “buena esa, campeón”, y me reí de rabia.
(¿Qué más podía hacer, don Camilo? ¿No cree que uno, a pesar de ser tan buen escritor, se merece por lo menos el Premio Nacional de Periodismo?).
Cuando se calmó, trajo una copa de verdad, y la botella de Tequila Cuervo. Esta vez yo mismo me serví un auténtico trago doble, y juré que me bebería la botella entera aunque tuviera que emborracharme.
Bueno, ¿de dónde salió eso de Cochise?
De La flecha roja, una película de indios. Así se llamaba el protagonista, un tipo legal. Por eso yo me puse Cochise.
Después de Cochise, ¿a cuál ciclista colombiano admiras más?
A Rubén Darío Gómez. Ahí donde lo ven tan chiquito y “camina”. A Hernán Medina. A Papaya Vanegas. A ver a quién más...
¿A Ramón Hoyos no?
Ah, sí, Ramón...
(Por alguna secreta razón o rivalidad, noté que le tiene bronca al ex campeón).
¿Cuál es tu máxima aspiración deportiva?
Ser campeón mundial de los 4 mil metros.
¿A los cuántos años te piensas retirar?
Cuando decaiga.
¿No crees que es mejor retirarse invicto que derrotado?
El deporte no es sólo triunfar sino competir.
Pero, ¿si este año no llegas de primero sino de quinto...?
¿De quinto? ¡Ni piper!... (ofendido).
¿Por qué no? En deporte todo es posible. A Ramón Hoyos le pasó.
Yo soy Cochise, yo me conozco, sé hasta dónde doy.
Claro, eres el jet de las carreteras, pero aun así...
Puede que hasta de segundo, ¿pero de quinto? En todo caso esta será la última vuelta en que participo.
¿A qué te piensas dedicar?
Me gustaría competir en Italia y Francia. Cuando regrese me dedicaré al almacén y pondré un tallercito con la ayuda de Dios.
¿El ciclismo te ha dado plata?
Qué va, hombre, todo se va en fama, en fotos, pero la “lana” no se ve.
¿Y esta casa de dónde salió, y el carrito, y el almacén y el sueldo de Caribú y cuánto tienes en el banco?
Eso no me lo dio el ciclismo sino mi trabajo. Yo lo que tengo lo he sudado.
De acuerdo, pero si no fueras campeón todavía estarías aforando bultos en Caribú, con mil pesos de sueldo.
No niego que Caribú se ha portado bien conmigo y por eso soy fiel. Pero, ¿qué me ha dado Antioquia? ¡Nada! A Ramón sí le dieron, pero a mí sólo me piden el autógrafo, así, ¿la fama para qué?
¿Cuánto ganas por la Vuelta a Colombia?
Cuatro mil mugres, eso no paga sudar la gorda. Antioquia ha sido tacaña conmigo y eso me ofende. Por ejemplo, cuando trajimos todos los trofeos de México el año pasado, el alcalde de Bogotá nos regaló de a diez mil. En cambio en Medellín nos salieron con la migaja de dos mil. ¿No ve?, nadie es profeta en su tierra.
Pero eres profeta en Colombia: el año pasado te eligieron el deportista del año, o sea, diez millones de colombianos son hinchas tuyos. ¿Por qué no te lanzas de candidato a senador en las próximas elecciones? Estoy seguro que saldrías elegido.
¿Y yo qué gano con eso?
Pues hombre, ganas gloria, y te enciman diez mil pesos mensuales por no hacer nada.
Ah, por diez mil pesos ni hablar, ¡listos!
Cuenta con mi voto y el de “los bomboncitos”. ¿Y tu novia?
No hablemos de eso.
¿Cómo se llama?
Lía Correa.
¿Te piensas casar?
Natural, como todo el mundo, no me voy a quedar de reliquia.
¿Cuándo?
Ahora es temprano para pensar en eso. Primero el ciclismo.
¿Te casarías con una reina de belleza?
Yo soy modesto, una reina no se fijaría en mí.
¿Por qué no? Eres campeón, eres famoso, tienes “pinta”, tienes almacén, ¿qué más quieres?
No, reinas no. La que algún día sea mi esposa debe ser una mujer legal.
¿Cómo es una mujer legal?
Pues una que sirva para esposa, mejor dicho, que sea virtuosa, hogareña, que no use minifalda ni sea ye-ye.
¿No te gusta la moda actual?
Claro que sí, me gustan las chicas que usan minifalda, esas que van a las heladerías, tengo muchas amigas de esas, pero mi novia tiene que ser seria, una dama.
Según eso, ¿las que usan minifalda no son damas?
Yo no digo que no sean buenas muchachas, hay de todo, pero para mi gusto, no hay como una mujer seria, que no esté mostrando las pantorrillas por ahí...
Veo que eres un antioqueño de armas tomar. Estoy seguro que tienes un santo de tu devoción.
Fray Martín de Porres.
Aunque sobra la pregunta, ¿eres conservador o liberal?
De política no hablo. Yo sí voté una vez, pero no digo por quién. A mí me hicieron votar.
¿Por el doctor Carlos Lleras?
No digo.
Si te mandaran a hacer la guerra en Vietnam, ¿qué harías?
Ya voy Toño... ¿Y por qué voy a ir?, esa no es conmigo.
Pero suponiendo que te obligue el gobierno, la patria.
Ah, si es por la patria habría que ir.
¿Y si te matan?
Pues hombre, ese sería el fin del pobre Cochise.
Cassius Clay perdió su corona de campeón por negarse a ir a la guerra. ¿Qué piensas de eso?
Él hizo bien, para no traicionar su religión.
Pero el gobierno lo obligaba, la patria.
Es que los gringos son muy orgullosos, y ese orgullo los va a enterrar, ponga cuidado y verá.
¿Cuál consideras tu mejor cualidad?
Soy sencillo; como deportista soy responsable.
¿Y tu mayor defecto?
Yo soy feíto pero gustador, ¿no vio, pues?
Claro, la locura... ¿Qué clase de música te gusta?
La música clásica me gusta machamente.
¿Cuáles son tus músicos favoritos?
Javier Solís y Roberto Ledesma.
¿Y entre los modernos?
Raphael. Yo bailo go-go pero no muy bien que digamos.
¿Te gusta Pablus Gallinazo?
¿Gallinazo? ¿Qué es eso?
Olvídate. Cochise, ¿cuántos libros has leído en tu vida?
A ver.., leí uno que se llama Descanse y viva... a ver... ¡Ej!, qué memoria tan condenada... arriba tengo unos libritos, si quiere los bajo.
Me gustaría verlos.
El campeón subió a su cuarto. Aprovecho para echarme un tequila doble, y otro de repuesto.
Bajó cinco libros: Los titanes de la música, Cómo triunfar en los negocios, Poesías románticas y uno que me llamó poderosamente la atención, no por la chica semidesnuda que adorna la portada, sino por la frase que se destaca en letras rojas y entre comillas: “Extraordinaria, me enciende la sangre”.
Nada menos que firmada por Henry Miller. Se titula Ella, de Rider Haggard, bestseller mundial, a quien no tengo el honor de conocer.
No puede ser que una novela que le enciende la sangre al autor de La crucifixión rosada se la encienda también a Cochise. O Miller está loco, o Cochise es un mentiroso. Pero él asegura que la leyó en los descansos durante la Vuelta a México, y que le encantó. Como no conozco el libro se lo pido prestado.
Pero me lo devuelve. Lo prometo. Francamente me desalienta leer este librito, pero no es porque dude del buen gusto de Cochise, sino del anciano Mr. Miller.
Si te enamoraras perdidamente, ¿dejarías el ciclismo por una mujer?
Ni por veinte.
¿Y si te ofrecieran medio millón de pesos?
Creo que no llegaría ese caso.
Supongamos que yo te los ofrezco ahora mismo...
¿Al contado?
Bueno, supongo que me darás un placito.
Entonces no.
La Hora Calmadoral dice que son las 10. Pido permiso para llamar por teléfono a un amigo a ver si puede venir en su carro a recogerme. Estará aquí dentro de quince minutos. Cochise está cabeceando de sueño.
Dice que le encantan los toros. Una vez le ofrecieron cuatro mil pesos por torear en una novillada en la Plaza de la Macarena. Toreó dos vaquitas sin tragedias que lamentar.
Sus otras pasiones son el fútbol, el automovilismo y la aviación: “Si algún día llegó a tener plata me compraré una avionetica”.
Cochise, ¿le darías la vuelta al mundo en bicicleta?
¿Y en qué llevo la ropa, ah? Vos si que me creés bobo —dice furioso.
Tienes razón, no había pensado en eso, perdona.
Ahí está mi amigo. Le grito por la ventana que voy en dos minutos. Cochise abre la puerta y lo invita a entrar. Los presento.
—Hola, Cochise.
—Hola, “Fugitivo”.
El Cid me mira extrañado como preguntando qué diablos es eso de “Fugitivo”. Yo estoy en las mismas. Se ponen a hablar de carros, como no entiendo me dedico al tequila.
—Cuánto me encimas, Fugitivo, y te lo cambio al mío.
—No, Cochise, no tengo plata. Decíme, ¿qué es eso de “Fugitivo”?
—Hombre, es que te pareces al “Fugitivo” de la televisión, ni pintado.
Ordeno las notas, me tomo otro doble, y me levanto para despedirme del campeón. Las cosas parecen temblar. Endemoniado tequila. Acerco un cigarrillo a la llamita trémula de la pared.
—Hombre, qué estás haciendo con eso...
—Enciendo mi cigarrillo.
—¿Pero no ves que son las llamas del Corazón de Jesús?
—Caramba, pensé que eran de verdad.
Salimos a la calle. La brisa susurra en los astromelios. Bueno, que ganes la vuelta, y gracias por el tequila.
—Oíste, ¿y eso dónde lo van a publicar?
—En Cromos.
—¿Es una revista extranjera?
—No, de Bogotá.
—Ah, como es tan bonita yo pensé que no era de aquí.
Con razón: si Cochise supiera quién es Gonzalo Arango, o de qué país es la revista Cromos, estoy seguro que no sería el Campeón Nacional de Ciclismo.
Y es mejor que lo siga ignorando si no quiere perder la corona.
Cromos Nº 2.636. Bogotá, mayo 20 de 1968, pp.: 10-11, 40 - 45.
Fuente:
Reportajes, Vol. 2. Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, octubre de 1993, pp: 186 - 198.