El poeta y la libertad
Palabras de presentación al recital
del poeta soviético en Colombia.
Poeta Eugenio Evtushenko:
Le presento un saludo fraternal en nombre de los poetas y del pueblo de Colombia.
Me ha tocado el peligroso honor de presentarlo. Honor, porque es usted uno de los poetas más grandes de nuestro tiempo; y peligroso, porque mi admiración es tan ilimitada como la responsabilidad de ser fiel a la adhesión que su obra despierta en las rebeliones de la juventud.
Me acerco a usted sin temblor porque su gloria no eclipsa sino a los mediocres de corazón. Nosotros sabemos que un poeta no tiene de qué estar orgulloso, salvo de esa sencilla verdad por la cual ha pagado el más alto precio de ser hombre: hacer de su trabajo un acto de adoración y sacrificio por el triunfo de la dignidad, cuya causa es común a la de la belleza. La revista Time dice que hace poco lo vieron comprando vodka en un almacén de Moscú. Eso demuestra que usted es un poeta de buen gusto, que en alguna parte de su ser es vulnerable, que está vivo.
La desesperación no es un privilegio burgués.
¡Oh, Vladimir Mayakovski, todavía me duele tu disparo sobre mi sien!
Es que Time no puede entender a los poetas, pues como dijo uno de ellos, vale más estar sobre la hierba que en la portada de la revista Time. Pero yo sé que usted encarna la solidaridad entre los pueblos, y la amistad entre los hombres que han elegido para sí el terrible y honroso oficio de la poesía, en la que usted es, ciertamente, uno de nuestros símbolos de lucha.
No es usted un poeta para minorías, pues sé en qué yunque forja la ternura de su palabra. No es usted un poeta que se da el lujo de sueños idealistas ni solitarios éxtasis. Usted es la voz padecedora de sus silencios, la voz de protesta contra la injusticia y la opresión. Sé lo que debe sufrir para forjar su poesía en la llama más pura, la más ardiente, la más comunicante, y lograr el grado de belleza en que los hombres se reconozcan humanos, para que la humanidad sea al fin rescatada por una voluntad universal de paz con dignidad.
Somos solidarios con su mensaje, poeta Evtushenko. Usted ha combinado admirablemente la ira con la ternura, la belleza con la rebelión.
Nuestro pueblo —lo juro por Rusia que es diez más sagrado para usted— no es enemigo de su pueblo, de cuya alma es usted una verdad que canta; ni con las nobles aspiraciones de su tarea de artista que son irrenunciables al arte y a la humanidad.
Por eso su presencia en América es gloriosa para nosotros y su poesía. Usted va a destruir con el poder de la palabra el mito abyecto de la cortina de hierro. Ya no creemos más en la fábula de que la luz y la verdad están cautivas en Siberia.
De otro modo ustedes no estarían tan cerca de la luna y de una esperanza próxima a ser conquistada para la humanidad.
Sabemos también que en Rusia la libertad no es un mito platónico, ni un ideal suelto como el demonio para hacer estragos en el mundo de los hombres. La libertad no es una manzana paradisíaca para tentar al hombre a su perdición, ni condenarlo al exilio de la tierra.
No se es libre por fatalidad, ni por azar.
Se es libre por un derecho que el hombre adquiere por la cultura para honrar la vida y el universo.
No se es libre para oprimir a los hombres ni deshonrar el universo.
La libertad no es una virtud abstracta, sino un derecho social que impone deberes y sacrificios. En el proceso de perfeccionar el mundo, ella está en el deber moral de renunciar a ser un absoluto en beneficio de la felicidad de los hombres. Esa mínima renuncia, a la larga, los hará más libres.
Yo sé que usted bebe en un cáliz amargo pensando en estos temas en el momento de la creación, para dar a su mensaje un aliento terrestre, el coraje del guerrero que canta para darse fe entre las pausas del combate, y luchar con las armas más dignas, por las causas más dignas de la existencia.
Usted es la síntesis viviente de la historia de Rusia que, desde hace siglos, es cómplice en los grandes sucesos de la historia humana. Así el santo, el mártir, el bandido y el revolucionario de la vieja y la nueva literatura rusa. También aquí arden las hogueras del sacrificio para redimirnos de la miseria y una larga cadena de oprobios. También nosotros cavamos tumbas para enterrar los fantasmas de un pasado sangriento y propiciar las resurrecciones. Ahora mismo Sacha Yegulev anda por los caminos de América predicando la paz con una ametralladora, asaltando los últimos reductos de la esclavitud; a veces tomando las armas por el amor de Cristo, otras para restituimos el fuego de Prometeo, y siempre para que la justicia reine en el trono de la historia.
Pues la poesía no solo se hace de palabras, ni la revolución con armas. Pero todo lenguaje es legítimo si la revolución honra por igual la dignidad de los hombres y el silencio de las estrellas.
La voz del pueblo ya no es sofocada por los dioses ni por los tiranos. La voz del pueblo —en ausencia de dioses— es la voz del poeta.
Y es el pueblo el que elige por su voz, su historia y su destino.
Por eso el poeta nada tiene que envidiar a los dioses, ni siquiera su divinidad.
He ahí el drama y la grandeza de su oficio; sustituir en la tierra a Dios por la justicia.
A estos fines se dirige la poesía de Evtushenko que sabemos guerrera, porque el poeta debe ser combatiente cuando los cañones instalados en el despotismo del poder no tienen razón; cuando los hombres que los disparan están alienados; y cuando imperios que fundan su verdad en la violencia disfrazan de soldados a los hombres, y solo confían la defensa de sus razones en el poder de sus cañones.
Mientras el mundo se debata en la amenaza y el terror, la poesía asumirá para sí el honor de ser más peligrosa que la bomba. De ser, en ausencia de jueces justos, la mano que bendice la inocencia, y lucha activamente al lado de la víctima contra el verdugo.
Amigo: su palabra nos llega honda como la verdad o a la sed. Estrecho mi mano en la suya de hombre a hombre, de pueblo a pueblo, en la hermosa y peligrosa alianza de los poetas.
Fuente:
Arango, Gonzalo. El oso y el colibrí (Y otros perfiles, notas, críticas, ensayos). Editorial Eafit / Corporación Otraparte, Biblioteca Gonzalo Arango, Medellín, septiembre de 2019, pp: 81 - 83. Prólogo de Juan Felipe Restrepo David. Ver video-ensayo «El oso y el colibrí (o el silencio es oro falso)».