Genio y locura en el
Festival de Arte de Vanguardia
En Cali los nadaístas hicieron tolda aparte
Los nadaístas se salieron este año con la suya. Cansados de no hacer nada; de recibirme cada año en Cali Puerto a nombre del Festival de Arte; cansados de tener paciencia, resolvieron mandarlo todo al diablo y fundaron su propio Festival. Con razón. Ellos que son profetas nunca fueron invitados al festín de la cultura. Y tenían apetito, ganas de decir sus cosas, de decir ¡noooo!, y de decir ¡basta!
Soportaron estoicamente durante cuatro años que les dijeran al verlos en los bares y en las avenidas:
«Miren esos “lagartos” que van con Gonzalo Arango».
Este año Cristo se cambió de cruz. Al vernos vagar por las mismas avenidas, los caleños nos preguntaron:
«¿Quién será ese “lagarto” que va con los barbudos del Festival de Vanguardia?».
Pues ese «lagarto» era yo. Con sus propios méritos, los nadaístas se habían conquistado la ciudad.
Al margen de ese orgullo herido que los hizo reaccionar, los nadaístas fundaron su «festivalito» por otra razón más esencial: porque había que hacer con el arte no solo una pasión estética, sino una pasión humana. Que la poesía no fuera solo bella sino además combatiente. Que la palabra, en esta época de claudicaciones y silencios, sirviera para algo más que para hacer pactos secretos, pactos de complicidad, pactos en la cumbre. Que sirviera entonces para hablar, protestar, testimoniar. Para hacer, en definitiva, arte comprometido.
El Festival de Arte de Vanguardia nació por eso: por un imperativo de la acción para convocar una audiencia en torno a la necesidad de cambiar la vida y la sociedad.
J. Mario levanta el telón
A la misma hora en que el gobernador, rodeado de Mr. Oliver, el embajador norteamericano, y otros ministros de Estado, inauguraba solemnemente el fastuoso Festival de Arte de Cali, en la Galería La Nacional se levantó el telón, y apareció un joven fantasma de veintitrés años, pálido, paranoico, de aspecto romántico, pero poéticamente el Atila del romanticismo. Era el nadaísta J. Mario. Antes de decir nada tronaron fervorosos aplausos. Luego se aflojó la corbata, que era el remedo de un cordón de zapatos con dos borlas de lana que jugaban carambolas sobre su ombligo. El poeta tomó aliento. Apenas se oía chorrear el sudor de los espectadores. Su voz quebró el silencio con el discurso más breve del mundo. Solo dijo:
«Amigos y enemigos: en nombre de los zapatos de Charles Chaplin, de su paraguas, de sus amores, de sus bigotes, declaro inaugurado el Primer Festival de Arte de Vanguardia» (hubo aplausos, pero no hubo coctel).
Pintura de participación
Acto seguido, dos pintores nadaístas, Pedro Alcántara Herrán y Norman Mejía, abrieron sus exposiciones en forma original. Tomaron sus pinceles, y a cuatro manos, frente al público, empezaron a embadurnar una enorme tela blanca, a medida que iban explicando su «inexplicable» pintura. El desconcertado auditorio que asistía a ese striptease de la creación hizo preguntas. Los pintores respondieron con palabra ambigua, imposible. Como los dos eran barbudos, dijeron: «El misterio de nuestra pintura radica en los pelos de los pinceles. Si quieren respuestas objetivas busquen a los literatos. Nuestro lenguaje es mágico y no literario, somos mágicos como Dios. Dios hizo el mundo, y sin embargo nadie le ha hecho un reportaje. Amén».
El cuento del zoológico
Invitado por el Festival de Vanguardia, al fin el público caleño pudo admirar al gran director y actor Santiago García, en mi concepto el más íntegro hombre del teatro de la escena nacional. Santiago presentó cinco veces la obra de Edward Albee, El cuento del zoológico, con su compañero de actuación Kepa Amuchastegui, ante los más diversos y asombrados auditorios. Ante ellos impuso su teatro del absurdo y el desarraigo.
En vista de la acogida, Santiago aclaró que se declaraba «invitado vitalicio de los festivales de vanguardia», y que traería sus obras para presentarlas ante el público de Cali, «donde la gente va al teatro como a la lucha libre». En este fenómeno, justo es reconocerlo, el TEC merece los honores de haber despertado una vocación en la gente por el teatro. Pero ya era hora de que ese público, un poco aletargado por la monotonía del TEC, despertara con el impacto de nuevas experiencias. Y la obra de Albee, como la extraordinaria actuación de Santiago y Kepa, constituyó una sacudida de cataclismo que intranquilizó esa noche el sueño y la conciencia de los espectadores. Fue una lección amarga, después de la cual era imposible sentirnos inocentes. Todos éramos culpables, tramposos y asesinos. Cuando Peter, el pequeño burgués conformista, mata al vagabundo Jerry por la aparente razón baladí de defender «su» banca en el parque, somos todos los insignificantes idiotas conformistas del mundo quienes empuñamos la navaja y la hundimos en el vientre del inconforme que también exige «su» banca, su lugar en la sociedad humana que todos le negamos.
Un nadaísta con barbas de nazareno
La revelación en poesía fue Eduardo Escobar, el más joven de los viejos nadaístas. Viene militando en el movimiento desde los quince años; por entonces le decíamos en Medellín el Nieto. Eduardo ha sido y ha hecho de todo: seminarista, presidiario, pero sobre todo poeta puro, nato. Era el amor del maestro Fernando González, quien lo llamaba místicamente el Diosecito. Apareció en Cali con su barba nazarena, sin un centavo, como siempre, y con su novia Amparo, «mi poema más revolucionario», según dijo. El recital de Eduardo fue religioso hasta el éxtasis. Un poeta que por su edad y su frescura y su lirismo sin intelectualismo evoca relativamente el prodigio de Arthur Rimbaud, aunque su maestro más amado sea Maiakovski.
La apasionante y apasionada Marta Traba
La combatida y combatiente crítica de arte inició el ciclo de conferencias del Festival de Vanguardia con el tema «La cultura de la incultura en Colombia». No dejó mito sin desmitificar. Pocos ídolos de nuestras iglesias culturales resistieron su examen y su avara devoción. Ni siquiera el nadaísmo, que era el anfitrión.
Marta distribuyó porrazos a la derecha y a la izquierda, al conformismo, al folclorismo, a la inautenticidad, a la vanidad, a la soberbia del pavo del realismo americano, al nacionalismo como ceguera del más allá, a lo sublime y a lo inverosímil, a Alejandro Obregón, a las comisiones a alto nivel, al «popurrí del festival oficial», al horripilante Guayacán del Premio Esso que calificó de «esperpento del reaccionarismo literario». Sólo Dios se salvó de la embestida trabista.
Sobre Obregón y Guayacán
«En Colombia el público está muy lejos de tener criterios de juicio coherentes. Un año aplaude la premiación de una verdadera novela como La mala hora de Gabriel García Márquez, y al año siguiente, con igual entusiasmo, defiende un adefesio increíble como Guayacán.
(No, querida Marta, estás en un error; nadie, fuera del padre Félix Restrepo y de los tres empleados de la Academia que hicieron de jurado, estuvo de acuerdo con el premio concedido a Guayacán; ni siquiera la Gran Prensa. No hay que perder de vista la claridad).
Polémica con los nadaístas
«El título de mi conferencia “La cultura de la incultura en Colombia” parece un juego de palabras lo suficientemente espectacular como para no desentonar con el Festival de Vanguardia organizado por los escritores nadaístas. Sin embargo, no se trata de un calembour para molestar a la gente. Por el contrario, mi diferencia constante con los nadaístas es que creo profundamente en los valores de la cultura, creo en la inteligencia, y mis combates a muerte con la mediocridad, las mentiras y ficciones culturales, los falsos mitos, y las apologías ridículas y lugareñas de nombres inexistentes, siempre tienen el mismo fin: preservar los verdaderos valores postulados por la verdadera inteligencia».
El Monje Loco
Con fondo de una misteriosa música electrónica, el escritor nadaísta Elmo Valencia disertó noventa minutos durante su conferencia titulada «Inseminación artificial en Marte». Fue una conspiración matizada de humor negro, ciencia y ficción, afirmación de un nadaísmo como literatura revolucionaria.
Dijo Elmo, entre tantas verdades, estas locuras:
«Yo creo más en la poesía que en un cheque girado para comprar conciencias, y encuentro más belleza en un grillo cantando el himno nacional que en el sonido dodecafónico de una fábrica de tornillos».
Diálogo entre el poeta y el policía
«¿Cómo era Colombia antes del nadaísmo? Tímida, colonial, indiferente, clerical. Colombia, la de las esmeraldas y el pan amargo. A pesar de todas las locuras que hemos hecho, si hay alguien a quien juzgar es a ti. ¿Te acuerdas del incidente que me pasó en Bogotá antes de partir para Islanada? Estaba frente a una vitrina cuando oí una voz que me dijo:
—¿Qué hace usted ahí?
Me sabía de memoria la pregunta. Para esa pregunta no había respuesta valedera. Luego sentí unos pasos a los cuales también estaba acostumbrado. El tacón hacía unos ruidos secos mientras los pasos se arrastraban. Miré las botas. Apareció después la punta del revólver, luego el kepis.
—¿Qué hace usted allí? –volvió a decirme el policía.
—Estoy mirando –dije.
—¿Hacia dónde? –preguntó.
—Hacia adelante –contesté.
—No le creo –dijo el policía.
—Está bien –dije yo.
—He dicho que no le creo –repitió.
—He dicho que está bien –le respondí.
—Usted miraba hacia atrás, ¿no es cierto?
—No, señor, miraba hacia adelante.
—Allí está lo grave, que usted miraba hacia adelante –dijo el policía.
Terminé por comprender que mi modo de mirar hacia adelante, hacia el futuro, atentaba contra el orden establecido y contra la moral, porque para decir la verdad lo que estaba mirando en la vitrina no era otra cosa que un maniquí exhibiendo un brasier».
Señor Presidente: yo exijo para el nadaísmo la Cruz de Boyacá
Para terminar su desabrochada conferencia, El Monje Loco declaró: «Ya no estamos tan locos como antes. Han llegado hasta a invitarnos a Cuba, y no a cortar caña, ni a poner nuestras barbas en remojo, sino como representantes del nadaísmo en la vanguardia literaria de América. Por lo cual le vamos a exigir muy comedidamente al señor Presidente de la República que nos otorgue la Cruz de Boyacá. Pues si a esos peludos trovadores que llaman Los Beatles la Reina Isabel les otorgó la flamante Orden del Imperio Británico, nosotros los nadaístas de Colombia merecemos la Cruz de Boyacá, no porque nuestro movimiento le haya traído divisas al país, sino para que al sentirse insultados, ciertos caballeros de la “Orden del Bramadero” devuelvan sus condecoraciones, y el Banco de la República, en una prueba más de su espíritu devaluador, las convierta en chatarra y la entronice como arte de vanguardia en el Museo del Oro».
J. Mario: el nadaísmo a la luz de las explosiones
Este gran joven es un predestinado al dulce nombre de Jesús. Cristiano por la gracia de Jesús Nazareno. Vino al mundo por la gracia de don Jesús Arbeláez, sastre. Y ahora es el benemérito director de la Galería La Nacional, gracias a ese mecenas de la cultura caleña, don Jesús Ordóñez, quien ha fundado dos librerías «nacionales», únicas en su género en Suramérica. Jotica, como tiernamente le dicen los nadaístas, fue codirector del Festival de Vanguardia, que tuvo su sede en la galería que dirige. La noche de su conferencia atestó el sótano, los pasillos, los rincones de la inmensa librería. Su voz insurrecta tronó por un parlante hasta las estrellas del cielo raso sobre el parque Caicedo.
Ni sí… ni no... «El nadaísmo nació en medio de una sociedad que, si no había muerto, apestaba. Apestaba a cachuchas sudadas de regimiento; apestaba a factorías que lanzaban por sus chimeneas el alma de los obreros; apestaba al pésimo aliento de sus discursos; apestaba al incienso de las alabanzas pagadas; apestaba a las más sucias maquinaciones políticas; apestaba a cultura de universidad, a literatura rosa, a genocidios, a miseria, a torturas, a explosiones, a plebiscitos, a pactos, ¡apestaba a peste!».
«Entonces un grupo de jóvenes dejó su Coca-Cola a medio tomar para gritar: ¡Basta!… Basta de trampas, de suciedades, de asesinatos, de cultura sanforizada, de academismo sagrado, Jesucristo tenía más madera de Dios que la Cruz, no nos vengan con fusiles para servir a la patria. Napoleón era un enano, la cultura no es dos más dos cuatro, ni Cristóbal Colón descubrió a América, ni el átomo se parte en dos de la tristeza, ni las cataratas del Niágara son una maravilla, ni Cuba capital La Habana, ni H2O es la fórmula del agua tibia, ni Colombia es una tierra de “leones”. ¡Ni sí… ni no!».
El striptease de lo prohibido
De la conferencia de Gonzalo Arango –modestia aparte–, mejor callar. Son testigos más de mil caleños, el batallón de policías que acudió a preservar el orden público poético, y los vidrios de La Nacional que tuvo que reponer el señor Ordóñez. Mejor que el silencio, que hablen las palabras…
Somos profetas planetarios
«El nadaísmo es la Ilíada de la era atómica. Somos Ulises navegando en cohetes. Somos profetas respirando los aires radiactivos de las revoluciones nucleares. Se nos critica que no estamos parados en la tierra, y tienen razón: nosotros estamos parados en el cosmos. Nuestras barbas son antenas detectando planetas, conspiraciones de dioses. Somos los héroes del celeste imperio. Hemos abierto para el hombre nuevo los dominios de una nueva era en el cosmos de la conciencia. Este dominio del hombre en el infinito es un milagro. El hombre ya no es un animal terrestre, sino un astro planetario. Se instala en la Luna, en Júpiter, tales sus conquistas colosales. Y a la hora de la Tierra, que es la hora del amor, abdica su celeste poder en los cielos azules de dos ojos de mujer».
La Esso reabrió su concurso sin modificaciones
«Queremos hacer un llamado a todos los escritores nacionales para que se abstengan de participar en los futuros certámenes de novela, pues bajo estas presiones ya no será un honor ganar un premio que equivale a un vergonzoso salario de humillación y de infamia. Si la Academia se vende en dólares a la Esso, nosotros, que somos la literatura, no nos vendemos. Que sigan reeditando las babas del folclor, del romanticismo y la literatura para ángeles. Nosotros seguiremos sumergidos en nuestras alcantarillas haciendo un arte subterráneo, en las cloacas donde la vida se gesta como en un vientre, en esa oscuridad donde se forjan las conspiraciones. Entonces sí vamos a barrer con las sombras, porque la luz será cegadora».
«Apelamos a una solidaridad total entre los escritores para demostrar con nuestra ausencia en el concurso una protesta que significaría una afirmación de nuestra dignidad estética y nuestra dignidad moral; un respeto insobornable por la libertad, y un orgullo de ser lo que somos: ¡escritores, y no papeles negociables! Quienes colaboren bajo esas condiciones degradantes serán juzgados como traidores y mercenarios, y sentenciados implacablemente. En las manos de cada escritor quedará la decisión de mojar su pluma en la tinta de la libertad, o en la gasolina del servilismo remunerado».
¡Buenas noches, y hasta el segundo Festival!
Con un agitado «Proceso de guerra verbal al arte contemporáneo», donde intervinieron todos los artistas barbados y sin barbas del Festival de Vanguardia, a manera de despedida yo propuse que cada grupo nadaísta en cada ciudad del país organizara su propio Festival, y que el Segundo podía tener como sede a Bogotá.
Elmo Valencia protestó para decir:
—Con perdón del Profeta, este festivalito no lo dejamos salir de Cali (el público rio y aplaudió frenéticamente).
Un joven pidió la palabra para decir:
—Mi amigo y yo hemos venido todas las noches desde Buga a los actos del Festival de Vanguardia, y regresamos en el último bus de «Trejos». También en Buga nos gustaría hacer un festivalito...
—Bueno –aceptó el Monje Loco–, hagan en Buga su festivalito, pero eso sí, no se olviden de invitar a los nadaístas de Cali (muchos aplausos y cayó el telón).
Cromos, n.° 2.501, pp. 27-29. Bogotá, 16 de agosto de 1965.
Fuente:
Arango, Gonzalo. Reportajes (tomo i). Editorial Eafit / Corporación Otraparte, Biblioteca Gonzalo Arango, Medellín, 2021, pp. 80-90.