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Retorno del Libertador

Nativoamericanos:

Yo no soy presidente, ni cardenal, ni embajador, ni general, ni gerente. Soy un poeta, un hombre libre.

No tengo secta, ni partido, ni causa personal. No soy mensajero de sociedades secretas, ni aspiro conquistar a nadie.

No soy de Iglesia, ni de Estado, ni de sistema.

Me gusta el estado natural de ser libre, y amar sin yugo.

Mi patria es la de los oprimidos en todo el mundo.

Creo en Dios, en el que fundo toda razón de ser y esperanza.

Creo en Jesús como camino de vida verdadera.

Y creo en ustedes, porque creo en mí.

No tienen que aplaudir este mensaje, ni me propongo discutirlo para imponerlo.

La sed no se discute. Quien tenga sed que beba en esta fuente.

Quien tenga hambre de fraternidad. Con ellos comparto este hermoso poema de sueño y realidad que es la vida.

Exento de ambición o miedo, desnudo mi pensamiento de sinceridad, sin más arma que el amor, y con una fe lúcida en las posibilidades infinitas del hombre para superarse a sí mismo, y despertar su vocación innata por la libertad y la justicia.

Vivimos perdidos porque nos han extraviado.

Venimos de un viejo extravío que hay que parar, o de lo contrario vamos al abismo. Y no es fácil salir del laberinto si nos han dicho que este laberinto es la realidad, y si han hecho de la explotación y el dolor una sociología, una política, una filosofía, y hasta una religión.

Hemos caído y consentimos nuestra perdición como un destino que no hemos elegido, que se nos ha impuesto como un estigma.

Y hay intereses sostenidos por poderosas mentiras en que la vida no cambie, en que el mundo siga siendo una desgracia para todos: una desgracia con privilegios para pocos, y una desgracia terrible para el resto.

En ese resto está el poeta, que por serlo, va a la cabeza de los oprimidos. Y si no está con ellos, entonces no es poeta.

Hay un poeta venezolano al que más admiro por sus visiones y sus sueños, por su capacidad gigantesca de dar a luz, que es don Simón Bolívar: héroe en la pasión de ser hombre, de ser libertador de pueblos.

Pero el Libertador ha sido traicionado en Latinoamérica por el corazón tísico de la ley escrita y la letra muerta.

No hay justicia ni libertad sino en los códigos defendidos brutalmente por policías, esos oprimidos verdugos.

Las riquezas naturales son saqueadas por dragones extranjeros, pulpos de bolsa negra; o por mercenarios nativos y terratenientes antropófagos que hacen alianza con la autoridad para que los defienda.

Ellos mismos escudan sus privilegios en la ley, y sumen a los humildes en opresiones y penurias sombrías.

Y está cansado el yugo, Libertador.

El indio, nuestro hermano antepasado, es aniquilado civilizadamente, como si fuera la plaga del progreso.

Saqueada su despensa y los tesoros de su cultura arruinados por la voracidad de la Razón Dominadora, a cuya sumisión han contribuido los catecismos y espejismos corruptores del progreso esclavizante.

Los terratenientes voraces los despojan y asesinan en aterradores genocidios.

Tu indiada, Libertador, que ganó batallas por la justicia de tus sueños, que batió sus lanzas para abatir cadenas.

Los profanadores de tradición desentierran las estatuas de los Dioses indios, y los lapidan a dinamitazo frío para abrir sus entrañas en busca del codiciado oro vampiro; el oro de Pizarro, el oro de Cortés y del tirano Aguirre. El oro que en manos de piratas deja de ser tesoro para volverse ruina.

Los negreros se llaman hoy técnicos y ejecutivos, y son laureados en la Universidad, ese antro de Alí?Babá disfrazado de Sócrates, sucursal del poder y la bolsa negra.

Los parlamentos de loros amaestrados por lores de constituciones extranjeras, repitiendo con servilismo las abyecciones del colonizador armado pero sin alma.

Hacemos pactos de integración, y por debajo atizamos la hoguera de nacionalismos feroces para sustentar hegemonías y patriotismos quiméricos que venden en la publicidad del triunfalismo consumidor. Y así, Libertador, los horizontes que dio a luz tu espada, se nublan con presagios de fratricidios suicidas.

La tierra que holló tus pasos sembrando promesas, fue alambrada por usurpadores, y nos es ajena y prohibida.

Los campesinos desterrados de la parcela que cultivan, engordando con su hambre y su trabajo la chequera del explotador. Progresan en pobreza, y cuando mueren, la caridad farisea les otorga un hueco negro y frío.

Tiene que haber hambre si la tierra está en manos de parásitos. Y tiene que haber violencia si la propiedad es un arma de explotación que los poderosos esgrimen contra los desposeídos.

La doctrina de Jesús para redimir la Tierra y llenarla de luz, en vez de progresar en amor y libertad, en justicia y conciencia, degeneró en idolatría, es letra muerta de altar.

El hisopo de las bendiciones se usa para ungir las armas de la matanza y las bóvedas banqueras de la explotación inhumana.

El imperio diplomando de másteres a los arrieros nativoamericanos para que una vez en el poder hipotequen la patria a su vampirismo consumidor.

Vedlos salir a ejercer el celestinaje diplomático, y a ocupar las vacantes de los bancos internacionales donde se hacen expertos de confianza para retornar a dirigir las economías del subdesarrollo y satisfacer la lujuria imperialista en las bacanales monetarias de la plusvalía.

Si las relaciones personales e internacionales están fundadas en el poder y el dinero, el balance final es la guerra, la infelicidad que enciende la mecha de los cañones.

Si la raíz está podrida, frutos podridos dará el árbol.

Si la civilización está enferma, sólo dará frutos para la muerte.

Somos el único árbol de la creación cuyas raíces se pelean entre sí para acaparar los frutos.

También de pan vive el hombre, pero su alimento esencial es el amor, su energía: lo que ves, lo que respiras, lo que trabajas, lo que piensas, lo que esperas, lo que sueñas, lo que sientes en todo sentido.

Si al hombre le niegan sus bienes esenciales, su malestar desata su cólera y su rebelión.

Los bienes esenciales son tanto físicos como espirituales, y conculcarlos es violar las leyes de la Vida que son promulgadas por la Justicia Divina.

Pan y libertad es justicia. Ambos alimentan la vida cuya savia es de tierra como de cielo.

El hombre es semilla de Dios, no engendro de su egoísmo luzbélico que es el excremento de su racionalismo.

La razón inventando fantasmas y religiones de miedo para explotar la tierra y sobornar en los altares idolátricos al Soberano de la Justicia.

La razón armándose de bombas contra las palomas inermes que envían los pueblos oprimidos a sus dioses de libertad y justicia.

La razón, encapuchada de terror racista.

La razón con kepis obsecuente a los cónsules del Imperio, y diestra ante sus espías y sus gendarmes.

La razón alimentando la muerte y enlatando la vida. Los medios de comunicación de cultura en poder de mafias de publicidad de banqueros y comerciantes, destilando opio de evasión e idiotismo masivo, anteponiendo la ganancia a los valores fundamentales de la Vida.

Los escritores convertidos en chupaflores de la SIP, esa mandrágora venenosa de la industria de la mentira.

¿Televisión para qué? ¿Para darle a la niñez telenovelas de gángsteres, largometrajes de guerra y ficciones asesinas, propagando pornografías para adulterar la vida, que es de lo que alimentan su fantasía antes de condenarlos a la muerte lenta de la civilización de consumo?

Los medios de comunicación convertidos en fines de explotación: el dinero confabulado con el poder para mantener la Raza en un status de ignorancia e ignominia, y sofocar sus regios poderes creativos.

Masas de ciudadanos bostezando su libertad sin nada que hacer en un día libre, embrutecidos por el deporte y el alcohol, devorados por el vacío.

¿Es esto civilización?

Entonces la civilización no es más que una injusticia armada, y una desorganización sistematizada por la ley y la costumbre.

Estados Unidos: el triunfalismo del confort, la omnipotencia, el cine, el sexo, el acelerante y el sedante, el chicle bomba, la bomba atómica.

Sus dioses tutelares son el Dólar y Supermán: heraldos negros de la explotación y la guerra.

Norteamérica es sin duda la primera potencia del mundo, pero es una potencia de muerte.

Estándar de vida, computadoras de esclavitud, el dólar como fiel de la balanza de la paz, la sumisión impuesta a bala o televisión, a salario para comprar evasión y tumbas.

Superproducción para mantener activos sus engranajes rapaces y surtir de cosas superfluas los mercados de la esclavitud y la miseria.

Su industria bélica vomitando amenaza y terror, soplando tempestades en hogueras de discordia, más allá de sus fronteras.

La diplomacia de la paz y la soberanía de las naciones en manos de alacranes disfrazados de palomas, haciendo negocios y ensanchando el predominio imperial para saciar su narcisismo faraónico y amedrentar a los débiles con su sansonismo atómico. Emisarios de la paz de Judas.

Europa ya nos hartó con el menú de sus razones guerreras y filisteas. No es concebible hacer del pan una utopía armada, ni del ateísmo una ciencia del espíritu. Eso es arar en el desierto, habitar en el vacío.

El hombre que niega a Dios se niega a sí mismo. Sólo un loco haría la apología de las tinieblas, que es como afirmar: Yo no existo.

La verdadera fraternidad viene de Dios, no de partidos ni sindicatos. Somos camaradas en la hermandad universal de nuestro común origen divino, no en zares ni césares. ¡Jamás en tiranías! Horror el panorama siniestro de la civilización, y a endiosar este demonio está consagrada la energía de la mente, a cambio de miserable confort que nos llena de miedo y vacío, soledad y culpa, agresividad y locura.

Las estructuras tienen maniatada la vida, nos han metido el corazón en cabezales de hierro, sujetos a leyes de injusticias, apagando en cada respiración la llama de la vida. El paraíso está en la Tierra, pero lo hemos convertido en un supermercado global de rapiña y usura, en un campo de batalla, en un campo de concentración de víctimas y verdugos, en un desolado y horripilante basurero de desechos humanos.

¿Será progreso esta rueda dentada que tritura a los pueblos del mundo?

¿Será civilización este círculo vicioso de acción y reacción, este pandemónium en que para comer hay que venderle el alma al diablo?

El abogado vive del delito; el médico del enfermo; el siquiatra de la locura; el general de la guerra; el patrón de los asalariados; el verdugo del ahorcado; el cura de la ignorancia y el desconsuelo; los medios de comunicación de la mentira; y los imperialismos de la explotación de todo el mundo.

Al imperialismo no le convienen la libertad y prosperidad de Latinoamérica. Le interesan su malestar y sumisión, como cuervos que viven de la corrupción de los vivos.

Nuestra ignorancia es su ciencia.
Nuestra debilidad su fuerza.
Nuestro servilismo su predominio.
Y nuestra ruina su riqueza.

¿Quién dijo que eso es justicia?

Dios no lo dijo. Jesús no lo dijo. Bolívar no lo dijo. El pueblo no lo dijo. Entonces, ¿quién lo dijo?

Si nuestra desgracia es democracia, entonces la democracia es el gobierno del demonio.

Libertador:

Esta tierra de Latinoamérica espera ver despuntar las auroras de una humanidad libre inspirada en Cristo; donde la lucha por la vida no sea guerra a muerte, sino una lucha por la dignidad integral del hombre en su cuerpo y en su espíritu.

El trabajo dignificando el pan.

El pan dignificando el espíritu.

Y el espíritu dignificando la vida.

Libertador:

Esta tierra de Latinoamérica espera, en medio de sus dolores de parto del Hombre Nuevo, recuperar su identidad, libre de servidumbres heredadas de un pasado ominoso y vencido.

Los indios, cuya sangre y espíritu de libertad honran nuestras venas, fueron subyugados por la razón y las armas del pirata europeo.

Los indios fueron amos de estas tierras ricas en tesoros y culturas, en espiritualidad y civilización política.

Un socialismo libre regía sus destinos individuales y colectivos en armonía perfecta que nosotros civilizados no hemos alcanzado, ni alcanzaremos jamás, porque sólo donde hay amor hay socialismo: Comunidad de comunión.

Como no conocían el egoísmo —virus importado de Europa por los bárbaros civilizados— tampoco padecieron la esclavitud y la dictadura.

Bolívar no vino a zanjar fronteras, sino a abrir esperanzas para la vida, horizontes para la libertad y el pensamiento.

Luchó para hacernos libres y unidos, fuertes y felices, justos y pacíficos. Y es Liberticidio, traición a su espíritu, fomentar odiosas discordias divisionistas, sectarizarnos en bandos corsarios de rapiña y usura.

La herencia de Bolívar es Latinoamérica para la libertad, no para los gringos ni los rusos. Pues, ¿qué otra herencia habría de legarnos un Libertador?

Tenemos que rescatar a Bolívar como a Jesús del fetichismo y la idolatría, para que no sean símbolos muertos, sino realidad viviente, realidad en guerra contra la ilusión.

He recorrido los lugares que fueron testigos de la gesta de independencia, y una historia de embalsamadores confinó a Bolívar en museos, en reliquias del pasado. Pero su huella era la del visionario que va en busca de un destino superior de dignidad y conciencia para estos pueblos vencidos y envilecidos. Bolívar convertido en amuleto para masturbar la fantasía aventurera del turismo gringo, ¡qué irrisión!

El aliento del poeta que escribía con espada la epopeya de América, es inextinguible. Nada ni nadie podrá sofocar el fuego de su espíritu —que es la pasión de los pueblos por su libertad— y los tiranitos de 5 soles disfrazados de Prometeos, caerán ante su llama como fortalezas de ceniza.

Quiero poner a Colombia en guerra con Latinoamérica contra el enemigo común: ¡el olvido!

Quiero revivir la nostalgia de nuestra unidad y fraternidad de origen.

Ser fieles a una tradición es la mejor forma de fidelidad al Espíritu. De fidelidad a Simón Bolívar, el guerrillero iluminado que luchó por la libertad hasta el último suspiro, ¡hasta que le salieron callos en las nalgas!

Gonzalo Arango

Fuente:

Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece. Plaza & Janés, Santafé de Bogotá, agosto de 1991. pp: 204 - 216.

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