Planas: crimen sin castigo
«El rincón de Planas es un bolsillito escondido que el señor Gobierno no sabe dónde es, pero ahora ya lo sabe». —Colona Estercita
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«A mí me cogió el ejército colombiano, me amarraron las manos, los pies, el pescuezo, me colgaron de un árbol, me torturaron los testículos con electricidad». —Luis Alberto Quintero, niño de 13 años
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«Nosotros indios brutos vinimos al monte para salvarnos de la muerte».
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«Me dijeron cuéntenos de Jaramillo, yo dije no es mi padre, no es mi hermano, yo no sé nada. Por la noche me amarraron a un árbol, me dieron patadas dos horas, estuve cinco días sin comer». —Indígena Ignacio Gaitán
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«Si hay caridad cristiana en un sacerdote, que cese la campaña de difamación contra el Ejército. Sigamos este debate en el gabinete de mi general, o en la universidad del padre Pérez». —Coronel José Rodríguez
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«La Universidad no puede solucionar nada, allá el debate es unilateral». —General Currea Cubides, ministro de Defensa
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«En la Universidad existen los mecanismos de diálogo, es allá donde debemos debatir los problemas nacionales. Se ha lanzado un reto, yo no puedo retirarme». —Padre Gustavo Pérez
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Así es la cosa. Todo empezó hace siglos con el asesinato del primer indio. El poder cruel del centauro contra la flecha, del invasor blanco contra el nativo inerme.
El escenario de este viejo exterminio sangriento, despiadado, sucede ahora en Planas, departamento del Meta, en una selvática extensión de cientos de miles de kilómetros en los Llanos Orientales de Colombia, habitada por pacíficas tribus nómadas, entre ellas los Guahibos.
Planas era, hasta hace pocos meses, el nombre de una exótica mitología precolombina, ignorada por los colombianos y los gobiernos de 150 años de «vida republicana».
Sólo un puñado de terratenientes inescrupulosos y misioneros evangélicos, llamados a sí mismos «los racionales», realizan con los indígenas un impune mercado negro de cuerpos y almas, al estilo oprobioso de la esclavitud.
Misioneros católicos enseñan el catecismo a cambio de mano de obra en los potreros de Dios; líderes evangélicos como Wilfredo Watson han montado próspero negocio de fetiches religiosos cuyas ganancias invierten en ganadería. Este hábil ganadero teológico fundó un pueblo llamado Emaús para atraer el turismo de sus compatriotas, que suma excelentes dividendos. Su colega Sofía Muller hace 28 años fundó allá una especie de imperio hegemónico y se le considera una deidad.
Efecto social de las misiones: enriquecimiento, y en forma secundaria, evangelización.
Por su lado, una plaga de colonos explotadores tomó posesión «a la brava» de los territorios indígenas, fundando verdaderos imperios hasta de 70.000 hectáreas, que dirigen a control remoto desde las capitales por medio de capataces expertos en aplicar la ley del amo, cueste lo que cueste. Esa ley es inhumana y rígida como un latigazo. Es la ley «racional» del conquistador para dominar a los «indios brutos».
Despojados de sus tierras por el invasor blanco, éste impone las reglas de juego de su dominación: persecución, intimidación, salarios de hambre, exterminio físico. La violencia del colono es legítima si se ejerce en nombre del progreso. La autoridad es indiferente y hasta cómplice de la «moral» del opresor, en tanto no afecte públicamente su reputación cristiana y democrática.
Pero la humillación tiene un límite, y la paciencia se cansa de esperar un día. La desesperación india se rebela en nombre de cierta dignidad humana, de la justicia, y con sus arcos al hombro y un manojo de flechas se internan en la selva bajo el comando de un líder con escopeta: Rafael Jaramillo Ulloa.
El tambor del guahibo extiende el eco de la rebelión en la selva, y los amotinados disparan sus flechas en la noche turbando el sueño del explotador. La justicia indígena toca a las puertas del colono, quien a su modo «racional» pregunta «qué pasa indios de mierda» y luego responde con una balacera.
El orden público de los terratenientes de Planas está turbado, y como en la famosa obra de Rulfo, el Llano está en llamas… Aquí el Pedro Zamora de la rebelión indígena se llama Rafael. Para los soldados del Gobierno solamente «Jaramillo».
Quién es Jaramillo
El líder de la guerrilla indígena, Rafael Jaramillo Ulloa, era hasta febrero de 1970 un anónimo personaje, mezcla de idealista, aventurero y colono pobre, radicado hace años en Planas. Convivió con los indígenas, conoció a fondo sus problemas y compartió su infortunio. Alguna vez el Gobierno lo nombró inspector de policía, y como tal fundó la primera cooperativa para abastecer a los indígenas y comprar sus cosechas a precios razonables, con el fin de aliviar su suerte y defenderlos de la abominable explotación de colonos y cacharreros ambulantes que ejercían un sistema de trueque criminal, por ejemplo una camisa por un bulto de arroz, o una botella de aguardiente por un bulto de maíz.
Lógicamente la cooperativa despertó celos y resentimientos en los explotadores, y la gratitud unánime de los indígenas. Como no se había fundado con finalidad de lucro, sino de servicio, el pequeño capital se repartió en préstamos sobre cosechas que nunca se recogieron por catástrofes naturales, y el dinero no pudo ser restituido por los indígenas. Fue el fin de la cooperativa.
A raíz del alzamiento de Jaramillo se hizo circular la versión de que había robado los fondos, o se había ido al monte para echar una cortina de humo sobre un presunto peculado. Lo cierto es que nadie, ni siquiera sus enemigos, han podido probar que Jaramillo es un estafador, ni que abrió cuenta en dólares en Suiza o el National City Bank de Villavicencio. La verdad pura y llana es que Jaramillo fue y sigue siendo un pobre diablo con los bolsillos rotos.
Como la tesis del peculado era insostenible, los mandos militares dieron su versión en el sentido de que Jaramillo era un bandolero vulgar, colono fracasado y oportunista que ambicionaba el poder para explotar a los indios en beneficio propio; que los arrastró al monte convenciéndolos de que Venezuela estaba atacando a Colombia y el Gobierno lo había nombrado para defender la patria; o en fin, que los colonos y los oligarcas iban a mandar tropas para matarlos y quedarse con sus tierras.
Pero las hipótesis son hipótesis. El hecho es que Jaramillo sigue luchando en la selva con su puñado de indígenas desarrapados, diezmados por el hambre, la enfermedad, resistiendo con flechas a un ejército de centauros expertos en «contra-guerrilla», como lo explica el propio Comandante de la VII Brigada, coronel José Rodríguez, encargado de dirigir las operaciones militares contra Jaramillo Ulloa y los indígenas.
El ataque de la cordialidad
El coronel Rodríguez, comandante de la VII Brigada de Villavicencio, explica su plan pacificador ante una «comisión de buena voluntad» que designó el Gobierno para comprobar los crímenes y torturas del Ejército en la población indígena de Planas, denunciados recientemente por un grupo de religiosos y laicos encabezados por el sacerdote sociólogo Gustavo Pérez.
Dice el Coronel:
En febrero un grupo de indígenas dirigido por el bandolero Jaramillo se alzaron en armas turbando el orden público de Planas y una basta región.
El conflicto forzó a la fuerza pública a reforzar el puesto de policía de Planas, pero la medida fue insuficiente, ya que el problema no era de policía, sino un conflicto social que hizo crisis y turbó gravemente el orden público.
Como tal, fue necesaria la intervención de las Fuerzas Armadas mediante un plan escalonado que comprendió las siguientes operaciones militares:
24 de febrero: «Plan Cordialidad», con 70 hombres del Batallón Vargas, consistente en desarrollar una táctica de ayuda a los indígenas, aplicando métodos de persuasión cordial, para que regresaran a sus tierras y malocas (ranchos). Este plan no dio resultados positivos, fracasó.
Segunda etapa: «Operación Control». Consistía en controlar, de un lado la guerrilla de Jaramillo, y del otro a colonos y terratenientes que estaban listos a tomar la armas. El pie de guerra fue aumentado, la situación empeoró. Hubo muertos de ambos bandos. La zozobra creció entre la población indígena y los colonos pobres.
El 16 de mayo los terratenientes Solano, Machado y otros, envían carta al Presidente acusando a las Fuerzas Armadas de utilizar tácticas complacientes y comprensivas, y exigiendo medidas drásticas para resolver el conflicto.
A raíz de esa queja el alto Gobierno convoca los altos mandos militares, y de esa reunión surge la «Operación Cabalgada» con fuerza de infantería, tropas de caballería «Centauro 2», con respaldo de la Fuerza Aérea.
Se establece absoluto control militar en la región. Planas es declarada zona militar. El patrullaje es intensivo en el monte, hay choques de la tropa con indígenas, se hacen capturas de sospechosos y se obliga a portar el pase militar.
Como resultado de esta operación represiva reina una aparente paz en la región. ¿A qué precio?
Las víctimas del centauro
El 1.º de agosto pasado, durante una Jornada de Reflexión Cristiana, se reunieron en Villavicencio, capital del Meta, un grupo de sacerdotes, religiosas y laicos, conocedores por fuente directa de una serie de torturas y crímenes contra los indígenas, y decidieron denunciar las injusticias ante el Procurador General de la Nación, concretando los siguientes cargos:
1.º «Persecución al indígena: los indígenas de la región de Planas, pertenecientes a la tribu Guahiba, han venido siendo perseguidos por el Ejército de Colombia y el Das Rural en forma inhumana, acudiendo a sistemas criminales, tales como el patrullaje permanente que realizan por esta región sirviéndose de la complicidad interesada de colonos que buscan el exterminio de los indígenas para apropiarse de sus tierras. Esta persecución la llevan a cabo con armas modernas y material bélico que no dudan en emplear contra indígenas armados primitivamente con flechas, que son su instrumento de subsistencia, produciéndose así matanzas que constituyen un verdadero genocidio».
2.º «Torturas: los indígenas capturados son víctimas de torturas tales como: quemaduras con cigarrillos en los brazos, piernas y cuello; quemaduras y descargas eléctricas en los órganos genitales, aun a niños; ser colgados de las muñecas por largo tiempo, hasta noches y días enteros, sin comida, ni bebida, a la intemperie».
3.º «Encarcelamientos: en condiciones infrahumanas son encarcelados en Villavicencio varios indígenas; ya se ha presentado un caso de muerte y son varios los contagios de enfermedades adquiridas por las condiciones contrarias a su sistema de vida y falta de alimentación apropiada a sus hábitos. Además, cientos de indígenas que se han replegado a la selva huyéndole al Ejército y evadiendo el contacto con un grupo levantado en armas, al ser capturados algunos, la Institución Militar deja en la selva, sin consideración, a las mujeres y los niños, a pesar de los ruegos de los hombres capturados».
Este documento al Procurador fue suscrito por quince personas: seis sacerdotes, dos religiosas y siete seglares. Lo encabezaban el padre Ignacio González, director del programa Cáritas y capellán de la cárcel de Villavicencio, y el padre Gustavo Pérez Ramírez, fundador del Instituto Colombiano de Desarrollo Social (Icodes), sociólogo, escritor y prestigioso profesor universitario.
La valiente denuncia enviada al Procurador, con copias al Presidente, parlamento, prensa, autoridades militares y eclesiásticas, fue celosamente ocultada, cómplicemente silenciada, hasta que un periódico se atrevió a publicarla una semana después, casi por error, o con intenciones sensacionalistas. De algún modo la bomba «hizo su agosto» y una opinión pública horrorizada y conmovida se solidarizó con las víctimas de Planas y exigió la investigación de los cargos al Ejército.
La primera reacción, lógicamente, está contenida en una carta «privada» del coronel Rodríguez al Obispo de Villavicencio, donde «rechazo como calumniosa la demanda, agradeciendo de antemano la cooperación que su Excelencia pueda brindarnos para la dilucidación de estos lamentables hechos, por tratarse de religiosos adscritos a su diócesis».
En otras palabras, llamar al orden a los curitas rebeldes y enterrar las denuncias en una caja fuerte o en el osario de la Catedral. Pero las cartas estaban echadas y había que jugar. El país exigía y esperaba una aclaración.
Así la «Operación Centauro» se convierte en «Operación Cristal», para que la opinión pública sea verídicamente informada de las actuaciones militares en Planas.
Vamos a ver qué fue lo que fue
Con ese fin el Gobierno nombra una «comisión patriota» integrada por el Ministro de Defensa, general Hernando Currea Cubides, el propio coronel Rodríguez de la VII Brigada, reporteros de la gran prensa y las cadenas radiales, fotógrafos, secretarios del Presidente y, como lo cortés no quita lo valiente, se invita de honor a los dos sacerdotes que encabezan las denuncias. La explosiva y antagónica caravana de «acusadores», «acusados» y «testigos» se embarca en una nave de la Fuerza Aérea rumbo a Planas, a ver qué fue lo que fue como dice Rulfo en El llano en llamas.
Pero realmente lo que fue no lo contaron los periodistas, y si lo contaron no lo publicaron sus periódicos. Todo lo que quedó del drama de Planas fue una serie de crónicas pintorescas, folclóricas, episódicas, tras cuyo lirismo se tergiversaron los testimonios, se dijo la verdad a medias, se desorientó la opinión pública con realidades prefabricadas, acomodaticias.
En una palabra, la tragedia de Planas sigue inédita, y por su herida se desangra un pueblo sin esperanza, entre la impotencia y la muerte.
Dos meses después de la agitación que suscitó las denuncias, una opinión pública, desorientada y aletargada por el sedante de la retórica patriotera de los editoriales, retiró su solidaridad a las víctimas, porque los verdugos en un pacto de honor con los caballeros de la gran prensa decidieron hacer silencio en homenaje a los muertos, y al patriotismo de las Fuerzas Armadas que no cesan de sacrificarse por mantener el orden, la paz, la plena vigencia de las instituciones democráticas, iy amén! ¡Oh gloria inmarcesible, oh júbilo in… Mortal… en Planas no ha pasado nada! ¿Nada?
Nadaísmo 70 se atreve a publicar por primera vez documentos reales, tomados de cintas magnetofónicas que grabó el padre Gustavo Pérez con los testimonios de las víctimas de Planas, ante representantes del gobierno, mandos militares y periodistas.
El niño torturado
(Diálogo del Ministro de Defensa, general Herrando Cunea Cubides, con el niño Luis Alberto Quintero, quien asegura fue torturado con corrientazos eléctricos en los testículos).
Ministro (voz de general): ¡Cómo te llamas!
Niño (voz de niño): Luis Alberto Quintero, para servirle.
Ministro: ¡Cuántos años tienes!
Niño: 13 años.
Ministro: Y qué te pasó, cuenta, habla más duro…
Niño: A mí me cogió el Ejército en San Rafael de Planas.
Ministro: ¡Qué te hicieron!
Niño: Me amarraron las manos, el pescuezo, los pies, me colgaron, me torturaron los testículos, me…
Ministro: Tienes tus testículos o te los quitaron…
Niño: Los tengo, pero me malograron…
Ministro: ¿Pero los tienes?
Niño: Sí, señor.
Ministro: ¿No te los quitaron?
Niño: No, señor.
Ministro: Y qué más…
Niño: Después me llevaron a la cárcel, después me llevaron al juzgado dos veces, el juez dijo que yo era muy chiquito y entonces me llevaron al juzgado de menores, y después me dejaron libre y llegué a San Rafael de Planas.
Ministro: ¿Tú crees que por aquí hay gente mala… hombres malos… bandidos?
Niño: Yo no sé, no lo puedo decir.
Ministro: Se dice que usted es hijo de Jaramillo…
Niño: No soy hijo, comparen el retrato de él y el mío.
Ministro: ¿Dónde lo conoció?
Niño: En la Cooperativa de Planas, era el gerente.
Ministro: ¿Usted era amigo de él?
Niño: No, señor, yo le vendía arroz.
Ministro: Qué más te pasó…
Niño: Ya le dije, como le conté.
Ministro: Eso de la corriente cómo era, a ver…
Niño: Era un aparatico chiquitico.
Ministro: Cómo le hacían.
Niño: Aquí me pusieron los alambritos, le sacaban unas punticas.
Gustavo Pérez: ¿El aparatico tenía dos cables?
Niño: Sí, eran de color amarillo.
Ministro: ¿En la casa había luz?
Niño: Sí.
Ministro: ¿Era de día…? ¿De noche…? ¿El motor estaba prendido o apagado?
Niño (confundido): Estaba apagado.
Ministro: ¿Entonces de dónde era la luz?
Niño: Tenían un aparatico, lo sacaban de adentro.
Ministro: ¿Lo movían? ¿Cómo lo movían?
Niño: Lo movían… así…
Ministro: ¿Cuántos eran?
Niño: Eran dos, un cabo del Ejército y otro.
Ministro: ¿Cómo era el cabo?
Niño: El cabo estaba vestido de civil.
Ministro: ¿Cómo sabía que era cabo si estaba de civil?
Niño: Porque los soldados le decían: «Mi cabo, vamos pa tal parte…».
Muerte del capitán indígena Ramírez Chipiaje
Padre Gustavo Pérez: Tenemos conocimiento que el capitán indígena de la localidad de Betania fue capturado y amarrado durante cuatro días en el campamento militar de Planas. Fue denunciado por el colono Pablo Duque como colaborador de la guerrilla de Jaramillo Ulloa, pero en realidad se trataba de una venganza del colono contra el indígena por una deuda de quinientos pesos, y para apropiarse los terrenos de Ramírez Chipiaje. Se dice que fue muerto de un disparo del propio Pablo Duque en presencia de la tropa.
Coronel Rodríguez: ¿Quién dijo eso?
Padre González: Me lo contaron los indígenas de Abaribá y El Sinaí.
Coronel Rodríguez: Es un rumor, no es verdad.
Padre Gustavo Pérez: El propio hijo de la víctima fue testigo y se lo contó al padre González.
Padre González: El muchacho está en El Sinaí, me contó que a su padre lo mataron delante de la tropa, él lo vio morir.
Coronel Rodríguez: Sí, el Ejército se vio obligado a usar las armas cuando intentó huir… Es un extremo doloroso pero comprensible. Si el soldado deja escapar un prisionero, le siguen consejo de guerra… Para que no se repitan esos casos, se convino amarrar al indígena de un palo para que guarde la ley. Él no entiende la ley marcial. Eso es apenas lógico en el enfrentamiento de dos psicologías, dos culturas, la del indígena y la del hombre de nuestras tropas…
Muerte del maestro de escuela
«El ciudadano Fabio Rojas, maestro de escuela, fue detenido en Indostán, esposado, colgado de una viga al pie de una charca durante media hora, al cabo de la cual las amarras cedieron y cayó al suelo donde fue pateado por un agente del Das Rural; luego el mismo agente le disparó dos tiros de fusil hiriéndole el antebrazo derecho y el cuello». (Carta abierta a las autoridades y la opinión pública). Inédita, ¡por supuesto!
Periodista Juan Gossaín: Señor coronel, como hemos venido a Planas a buscar la verdad, o al menos a tratar de buscarla, hemos allegado por nuestra cuenta algunos datos sobre el caso del maestro Fabio Rojas. ¿Usted qué nos puede decir?
Coronel Rodríguez: En lo que me concierne les diré que no hay tal maestro de escuela, que el sujeto Fabio Rojas es un delincuente nato, con varios prontuarios delictivos, bandolero del Tolima… Al ser capturado por la tropa en el monte en compañía de un indígena, quiso atacar y desarmar a un oficial, quien le disparó en uso de legítima defensa. Si el oficial no le dispara tan ligero, mejor dicho con más rapidez, el muerto habría sido él, y hasta habría podido perder su arma de dotación…
Juan Gossaín: Muchas gracias, coronel.
Mayor Álvarez: Rojas, a petición de Jaramillo, le urgió informes sobre el puesto militar de Emaús, sobre el número de tropa, patrullaje en el monte, etc. El Ejército tuvo noticias y se movilizó en persecución de Rojas, quien fue capturado con un indígena y sucedió lo que acaba de relatar mi coronel. El indígena se logró escapar tirándose al río, esposado.
(Es curioso que toda una patrulla armada de metralletas hubiera dejado escapar un indiecito inerme, y además esposado. Aquí falló la infalible ley de fuga. Como del fugitivo nunca se supo más nada, confiamos en que el Buen Dios le haya tirado a tiempo su celestial salvavidas, al menos para salvar su alma. En cuanto a la actitud «agresiva» del maestro Rojas, su machismo carece de sentido al pretender arrebatarle «el arma de dotación» al oficial respaldado por su tropa. El acto sólo cabe bajo una lógica suicida. Y de existir una lógica militar, se supone que primero habían esposado al peligroso bandolero del Tolima, y luego al inofensivo indígena que logró escapar estando ya esposado).
Me ahorcaron y me morí un rato
Ministro: Si hay alguien más que tenga algo que decir, que venga y lo diga.
Indígena: Nosotros indios brutos vinimos al monte para salvarnos de la muerte. Allá nos cogieron las patrullas. Nosotros dejamos a mujeres y chinos en el monte. Yo me dejé coger porque no tengo nada para defenderme. Entonces me ahorcaron y me morí un rato. A mi hermano Gabriel lo golpiaron con garrote. A mi papá le dieron palmadas en la cara. También les hicieron tiroteo a los indígenas y hay muchos muertos con los tiros.
Padre Pérez: ¿Cuántos indígenas han muerto?
Indígena: Con tiros han muerto el capitán julio, en Los Tigres. El capitán Saúl Flórez, en Palmira. Y allá arriba en un tiroteo murió Isabela y la mujer de Hernández. También murió Gregorio Fanador y José Yépez.
General: ¿Usted se fue con Jaramillo para la selva?
Indígena: No, señor, yo no le puedo decir.
General: A usted no le va a pasar nada, diga la verdad, tranquilo.
Indígena: Yo estoy tranquilo, digo la verdad. Yo no me fui con él, él se fue solo p’abajo.
Torturas con cigarrillo
Padre Pérez: ¿Qué es eso?
Indígena Ignacio Gaitán: A las seis de la tarde me llevaron y me quemaron con cigarrillo, lo apagaban en mi pescuezo, lo volvían a prender y me volvían a quemar. Me dijeron cuéntenos dónde está Jaramillo. Yo dije no es mi padre, no es mi hermano, yo no sé nada. Por la noche me amarraron a un árbol, me dieron patadas aquí, dos horas. Los zancudos me picaron por todo el cuerpo. Me dejaron cinco días sin comer nada.
Padre Pérez: ¿Eran soldados?
Indígena: Los del Ejército, fue en marzo.
Padre Pérez: ¿A otros indígenas les hicieron lo mismo?
Indígena: Sí, también a Gilmo González, de Angostura.
La sal venenosa de Avenosa
Padre Gustavo Pérez: Cuéntenos qué pasó con la sal que les dio Avenosa.
Indígena: Hilario Avenosa llegó con 700 cabezas de ganado y sin pedir permiso las metió en mi rincón. Una noche vino y tumbó los postes.
Padre Pérez: ¿Les robó su tierra?
Indígena: Sí, metió su ganado en mi rincón, en la sementera. Yo había sembrado yuca dulce. Entonces yo me salí buenamente para que no me matara y me vine a pescar al Vichada.
Padre Pérez: ¿Y lo de la sal cómo fue?
Indígena: Avenosa nos dio sal con arsénico para envenenarnos. Todos caímos enfermos, ninguno murió.
Padre Pérez: ¿A otros compañeros suyos también les han quitado su tierra los colonos?
Indígena: Sí, nos quitan la tierra de nosotros.
Tortura y muerte del bachiller
Padre Gustavo Pérez: Dice el corresponsal de El Tiempo que hay varios indígenas desaparecidos, entre otros «El Bachiller». No hay tal «desaparición» sino algo más concreto que no ignoran los altos mandos militares aquí presentes. El Bachiller es el indígena Luis Arteaga, cuyo hermano entrevisté en la cárcel de Villavicencio el 2 de agosto. Él me confirmó la muerte de su hermano El Bachiller, en el hospital de Villavicencio en el mes de julio, como consecuencia de las torturas que padeció, de los puntapies que le dio un teniente…
Teniente Barrera: Yo capturé a Luis Arteaga, «El Bachiller». Le dije que mi misión era agarrar a Jaramillo, que a él nada le iba a pasar. Nos sentamos tres noches en la selva y me relató su vida. Él se comprometió a entregarme a Juan Chilingo. Luego nos internamos en la selva de Palestina y me entregó a «Veneno». Después yo lo entregué a él sin un rasguño.
Escarbamos la tierra como una gallina
Esther, la esposa de un colono pobre, hizo ante la comisión un dramático y elocuente relato sobre la situación de terror y desesperación que se vive en Planas:
El Rincón de Planas es un bolsillito escondido que el señor Gobierno no sabe dónde es, pero ahora ya lo sabe. No queremos guerra, queremos paz y tomarnos un pocillo de agua negra que es lo que los colonos pobres ganamos. Somos todos hijos de Colombia. No le pedimos al Gobierno ni a las Fuerzas Armadas un mendrugo de pan, porque los colonos escarbamos la tierra como una gallina. Yo sólo pido justicia, señor ministro. La balanza tiene que ir para allá o para acá, pero tiene que ir. Es tan maluco que la balanza se cargue para un solo lado. Este nudo no lo van a poder desatar ustedes. Como vamos no le encontraremos salida. Aquí han venido ya catorce comisiones y todo sigue peor. El terror empieza desde Guarrojo hasta donde termina el Vichada. Somos católicos y colombianos de carne y hueso, y alzo mi voz de mujer para pedir justicia, señor ministro…
Epílogo del coronel
La acusación del 1.º de agosto es intencional contra el Ejército. La Séptima Brigada está por primera vez en el banquillo de los acusados. Nunca en mis 23 años de soldado de Colombia me he encontrado en una situación de tanto conflicto moral. Si hay caridad cristiana en un sacerdote, yo pido mi general que cese la campaña de difamación contra el Ejército. Los hombres podemos fallar, pero las instituciones no, porque entonces el orden y la paz se derrumbarían. Que cese la campaña del padre Pérez en la prensa y las universidades. La situación que se quiere crear es aberrante, mi general. No creo que sea conveniente esa campaña despiadada. Lanzar diatribas desde un escritorio o una cátedra es peligroso, mi general. Hagamos buena fe, que no se siga haciendo dialéctica ni diatribas desde un escritorio. No nos sigamos crucificando, reverendo padre. La indiferencia oficial fue la que creó este conflicto. Dénos la oportunidad de seguir este debate en su gabinete, mi general, o en la universidad del padre Pérez…
Ministro de Defensa: La Universidad no soluciona nada. Además el debate que adelanta el padre Pérez es unilateral.
Gustavo Pérez: Usted, señor coronel, afirmó que las denuncias eran falsas y tendenciosas. Los testimonios aquí reunidos demuestran su veracidad.
Coronel: Eso usted no lo puede afirmar. Los indios son mentirosos por naturaleza. Se hará un investigación con todos los requisitos de la ley, y si alguien es culpable de algo será sancionado.
Gustavo Pérez: Lo de Planas no es un hecho aislado anecdótico. Revela la crisis total de un sistema opresor, de una sociedad injusta. La prensa tergiversó la verdad del conflicto. Por eso he tenido que apelar a las universidades donde existen los mecanismos de diálogo para encontrar las soluciones y crear la Nueva Sociedad por la que estamos luchando. Se ha lanzado un reto, yo no puedo retirarme. Iré hasta el final, no sólo hasta la última conferencia, sino hasta las últimas consecuencias.
General: Yo estoy de acuerdo con usted, padre, que la sociedad debe cambiar ciertas estructuras, pero usted está abriendo la jaula del tigre antes de tiempo para que nos coma a todos.
Gustavo Pérez: Lo que pasa es que ustedes han alimentado al tigre con la carne del pobre, y yo creo que también es justo para el tigre que elija la carne que más le guste. Los pobres indios y negros de este país ya están hartos de ser carne de tigre, por eso hay que abrir la jaula.
Fuente:
Reportajes. Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, vol. 2, octubre de 1993, pp: 327 - 343. Publicado originalmente en la revista Nadaísmo 70, n.º 5 (extraordinario), Bogotá, 1970, pp. 1 - 16. Ver artículo «Las guahibiadas del Llano y la matanza de Planas» de Alejandro Reyes Posada.