El sermón atómico
Un poeta nadaísta, ni amargo ni alegre, sin fe pero sin desesperación, definió el mundo con una frase feliz. Dijo que: “El mundo es verde, y sin embargo no hay esperanzas”. Y es verdad. ¿Qué necesidad hay de esperanzas si estamos vivos? Vivir es en sí el acto más esperanzado del mundo. Sólo en la muerte no existe la esperanza.
El Nadaísmo es la apoteosis del milagro de vivir. Es una liberación y al mismo tiempo una afiliación a la Vida, partiendo de la muerte del viejo Ser del hombre hacia un nuevo Ser del hombre, todo esto realizado en una Revolución Reconstructiva en sí mismo, y en sus relaciones con el mundo.
Crecer bajo el sol
bendecir este mundo
vivir en la plenitud de la conciencia
colmar los apetitos del deseo
realizar los impulsos vitales de nuestro ser
rebelarnos contra los dogmas opresores de la razón
negar la moral ascética que predica la resignación
romper las cadenas que nos esclavizan a la tiranía del maquinismo
renunciar a los falsos dioses del Paraíso para salvar nuestra vida
salvarla afirmando nuestra rebelión, reivindicando en la protesta los prestigios de la Gloriosa Aventura Humana.
Por eso somos profetas y religiosos, depositarios de un nuevo fervor cósmico, portadores de fulgurantes verdades para dar el salto a la salvación. La pasión de nuestro pensamiento gira en una órbita de santidad.
La revolución que predicamos es humilde y orgullosa: no pretendemos conquistar el mundo, sino conquistarnos a nosotros mismos mediante un alto sentido espiritual, un sentido que unifique nuestro ser terreno y eterno.
Predicamos la conquista absoluta de la vida. Predicamos la conquista absoluta del pan sin excluir el paraíso. Predicamos una Revolución espiritual en la que el valor más sagrado del hombre lo constituya la dignidad de su cuerpo. Sólo así, bajo el peso de la soledad de la cruz, se podrá marchar a la redención del hombre y del mundo.
Practica como verdad universal la verdad de tu vida.
No sigas banderas de partidos idiotas
no rijas tu vida por credos que te fabrican unos canallas que no creen en nada
no te rindas a las leyes de hierro de una moral que sólo quiere encadenar tus impulsos
no ingreses al orden de esta sociedad fabricada por fariseos y mercenarios
no ofrezcas tu cuerpo sagrado para que te entierren en las bóvedas confortables del
conformismo y la resignación.
¡Sublévate!
¡Estalla la bomba de tu ternura aterradora !
¡Sacude tu humanidad humillada, pues hay un dios oprimido dentro de ti. Libera a tu dios. Despierta a tu dios para que sueñe. Préstale tu voz para que cante. Tus poderes son infinitos.
Libera tu energía y conquista la Tierra.
No reconozcas el poder de los poderosos. Ellos sólo cuentan con las armas. Pero hay en ti un poder indestructible. Te pueden acribillar a balazos, aprisionar, degradar, pero serás invencible si no te rindes a su mentira.
No te humilles. No te dejes abofetear por segunda vez. Escupe la cara del verdugo. Muérete de risa antes de que esta Civilización criminal te decapite. Que tu última palabra en la horca no sea para pedir perdón, sino para cantar o maldecir.
No creas en la dulce mansedumbre del Cristo. Los verdugos son insaciables y crueles. Por eso abusan de nuestra paciencia y nuestra fe.
¡Contesta con bofetadas a las bofetadas!
¡A la muerte con la muerte!
¡No pagues con tu vida sino la inmortalidad!
Convierte el terror, si es necesario, en una ética de salvación.
No conquistes tu Reino con oraciones, sino con la violencia. Pues con la violencia los Césares nos han subyugado. Y Césares son hoy todos los que dominan el mundo con Razones Atómicas, con Razones imperiales. Sus tronos están levantados sobre tumbas, tanques, oro, brutalidad, y un poder infinito de destrucción. Y también sobre el miedo y la miseria de los pueblos.
Ellos son poderosos porque nos han robado nuestra fuerza. Con nuestra fuerza los hemos empujado al trono. Pero nos han traicionado. Nos han capado la dignidad y el coraje.
No te hagas trampas, ni juegues más a la inocencia. Cada pelo de tu ser es responsable del destino del mundo. Tus actos son soberanos y tienen el poder infinito de elegir el mundo que sueñas, en el que anhelas vivir. Sólo de ti depende vivir en una tumba o en un templo, digno o envilecido. En tus manos está elegir tu destino y el de tu patria.
No seas canalla eligiendo para tu patria a los canallas. No te entierres eligiendo para ti un mundo donde sobrevivir significa renunciar a vivir. Tu libertad puede ser sagrada o maldita si ella exalta la vida o la deshonra.
No olvides que la vida es un milagro, que tu vida es lo único nuevo y absoluto que existe bajo el sol, y que sólo eres inmortal en la medida en que estás vivo. Y que sólo estás vivo si eres consciente, si eres libre, si das a la tierra que te legaron un sentido maravilloso, y a tus actos un valor sagrado: honrar al hombre como si fuera un dios.
Porque tú eres el Mundo, y debes estar orgulloso de que cada acto tuyo sea responsable de la tierra y el cielo. Tú no tienes jefes. Tú no tienes más jefe que tu conciencia, que tu responsabilidad absoluta. Acepta por jefe, nada más, aquel que encarne la revolución espiritual de que te hablo. A ese síguelo como a ti mismo, pues hablará con tu voz, decidirá con tu voluntad, elegirá con tu libertad. Ese tomará el poder para ser la conciencia de la vida, identificar tu Ser con el del Universo, y dar una oportunidad a las posibilidades infinitas del hombre.
No te dejes urbanizar la conciencia. No olvides que eres un Milagro con pantalones. Mas nunca es tarde, ni todo será consumado si comprendes una cosa: que posees el secreto de la Naturaleza, que estás vivo, y eres el hijo predilecto de las estrellas.
Tu vida es bella, tu vida es santa, y la salvación está en este mundo. Yo te amo desde el fondo de mi desesperación, pero también sería capaz de odiarte si eres la amenaza y la negación de la vida. Por eso te recuerdo la única verdad que merece ser recordada, y es esta: hoy o mañana vas a morir, solo y sin esperanzas como se mueren los vivos. Pero sé de una cosa que derrota a la muerte, y esa cosa es tu propia vida.
Entonces, no te queda sino un camino, y es este: entrégate a vivir mortalmente, en cuerpo y alma. Sólo eso te salvará. A esa pasión de vivir y de morir yo la llamo inmortalidad.
Ya sabes cuál es el destino de tu ser divino: serás un dios cuando seas verdaderamente un hombre. Cuando resucites del foso pútrido de resignaciones y cobardías que es tu vida, en la que ese hombre posible que eres, yace cautivo.
En ese instante la revolución del hombre dejará de ser histórica para volverse historia sagrada. ¡No lo olvides, y asciende! ¡Nosotros somos hijos del sol!
Fuente:
Manifiesto publicado por Tercer Mundo, Bogotá, octubre de 1964.