El nadaísmo en la música
Poesía y rock and roll
Por Michael Benítez Ortiz
Se cumplen 60 años de la fundación de este movimiento literario y nosotros los celebramos contándoles la relación de su poesía con el rock nacional.
El nadaísmo fue un movimiento artístico de vanguardia fundado en Colombia por Gonzalo Arango en 1958. Se caracterizó por la irreverencia frente a los valores culturales y estéticos establecidos; haciendo una crítica a la tradición literaria colombiana y a los convencionalismos sociales.
Algunos años después del nacimiento del nadaísmo, en la segunda mitad de la década de los sesenta, comenzó a consolidarse el hippismo en Colombia, ocasión que los poetas nadaístas, que estaban perdiendo impacto en la juventud, aprovecharon para unirse a ellos, porque sin duda ellos compartían con los hippies y los go-gós colombianos algo más que el pelo largo.
La poesía y el rock comenzaron a coincidir en sus propósitos de rebeldía, en un momento histórico donde los jóvenes comenzaron a gestar luchas, entre otras razones, por la igualdad de género y la liberación sexual, bajo la proclama del “amor libre”. Organizaron juntos festivales de vanguardia, se emborracharon, fueron amigos. Los cantantes de música protesta Eliana y Pablus Gallinazo —quien como escritor ganó el Primer Premio en el Concurso Nadaísmo de Novela en 1966— se unieron también al grupo; Gonzalo Arango anunció: “La guitarra tiene la palabra”. Pablus componía sus propias canciones, Eliana lanzó un disco titulado La Internacional Nadaísta, con letras de los poetas del grupo, porque si los comunistas tenían una Internacional, los nadaístas también podían, ¿no?
Los poetas nadaístas y los músicos de rock coincidieron generacionalmente en un momento de ruptura, en el que el arte y la cultura eran, como dijo el poeta Eduardo Escobar, “pólvora perfumada” para hacer la revolución. Una revolución que más allá de ser materialista, consistía, sobre todo, en un cambio de mentalidad —desde los jóvenes y de forma pacífica— para alejarse de las posturas tradicionales y conservadoras de asumir la existencia.
Treinta años después, en la década de los noventa, los nadaístas que no habían muerto estaban viejos, tecleando para los periódicos oficiales, escribiendo con buena ortografía, dando talleres y cátedras en universidades. Se ganaban la plata como la gente de bien. No hay nada más reaccionario que una cana.
Por otro lado, distantes del escándalo y del deseo de fama, Los Árboles, una banda de rock independiente sin etiqueta y, tal vez, sin antecedente musical en el país, comenzaba a hacer pequeños conciertos: tenían un público selecto. Grabaron un demo y, en 1997, un disco con quince canciones editado por Lorito Records, el sello independiente de Federico López, músico y productor colombiano. En el disco homónimo (o sin nombre) sobresalen, para cualquier lector de poesía colombiana, los nombres de Amílkar U y Raúl Gómez Jattin, como letristas de dos de sus canciones: “El acre sabor de su carne incandescente” y “Antonio”.
Contrario a Los Árboles, El Pez fue una banda con una intención distinta, por lo menos en el sentido comercial y mediático: grabaron su segundo disco Eléctrico & Doméstico en Discos Fuentes, sonaron en la radio e hicieron conciertos relativamente grandes (hay que decir que El Pez participó en las versiones del Festival Rock al Parque 98 y 99). Su música es pegajosa y alegre, hay que disimular el tropiezo: hacer de la caída un vuelo. En algunas canciones del disco los versos del libro Buenos Días Noche, del poeta nadaísta Eduardo Escobar, llevan el ritmo, haciendo de su música una mezcla de absurdo y desencanto.
En el aniversario número 60 del movimiento nadaísta, quisimos adentrarnos en ese universo en el cual música y poesía coquetearon, donde el rock and roll se hizo hombro a hombro entre los artistas que escriben libros y los que crean canciones, donde esos mundos se unieron para ser uno, siempre irreverente, contestatario y que se caga en las posturas conservadoras.
Siendo la música la que nos convoca, aquí una suculenta lista de canciones que guardan en su esencia ese romance entre el nadaísmo y el rock nacional.
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Los Yetis - “Llegaron los peluqueros”
“Llegaron los peluqueros”, con letra de Gonzalo Arango, es una protesta contra los policías que se enamoraban y cortaban las cabelleras de los incipientes hippies criollos, algo que ha sido muy común en la historia del rock colombiano; siendo, de paso, una burla a la patria y a las instituciones estatales que se sostienen en helados mitos de piedra. Y claro, ¡qué viva Brigitte Bardot!, pues ella era la única que podía calentar los sueños eróticos de la época.
Los Yetis - “Mi primer juguete”
“Mi primer juguete”, compuesta por Elmo Valencia, hace uso del humor negro para retratar la guerra, los miedos, pero también la indiferencia que ella generaba en la juventud; es una burla oportuna porque la Bomba Atómica bien podría estar hecha de chicle.
Pablus Gallinazo - “Una ciudad llamada Pablus”
Pablus Gallinazo, en sus canciones, elogia la marihuana y el infierno, pues el cielo es muy aburrido y para allá se van las madres, los profesores y los sacerdotes. El nadaísmo tiene cuernos. En esta psicodélica canción deja entrever —con malicia e ironía— que los llamados “falsos positivos” hacen parte de la tradición de la violencia en Colombia desde hace más de medio siglo: “... Un día Caperucita Roja / llevando pan y miel a su abuelita / tropieza con la tropa / Le disparan / La confunden con una guerrillera / y su historia infantil se queda trunca en medio de la selva / ‘Dada de baja antisocial alias Caperuza Sangrienta’ / dice, entonces, inocente la prensa”.
Eliana - “Cuál de los dos es la mujer”
El humor es una constante en los escritores nadaístas, en esta canción Jotamario Arbeláez critica la hipocresía y la ignorancia que subyace en los estereotipos. Es un canto a la liberación.
Los Árboles - “El acre sabor de su carne incandescente”
“El acre sabor de su carne incandescente” que, al parecer, fue el último poema que escribió Amílkar U, tiende a intimarnos. Aísla. Ensimisma. La soledad tiene su erotismo, nos muerde el cuello en un cuarto oscuro; nos fumamos el asfalto, las angustias, y el humo va de los pulmones a la sangre, a las uñas. Unos pocos momentos de euforia que, para algunos, pueden ser alegres, son como la vida misma: nos recuerdan que no hay felicidad completa. Hay nostalgia, sensualidad, un vacío tejido con abismos. La embriaguez: el atardecer nos hace sentir pequeños, en qué momento dejamos de jugar y nos convertimos en esto que ahora somos: este disfraz y este nombre al que respondemos.
El Pez - “El Presidente”
“El Presidente”, cuyos versos son tomados aleatoriamente de la escritura de un jovencísimo Eduardo Escobar, es una canción de un escepticismo alegre (cuando no hay fe no hay desengaño, como diría algún discípulo de Arjona), con una letra que se presenta desordenada, onírica; una carcajada en la cara del poder.
El Pez - “Día perfecto”
En la poesía de Eduardo Escobar la vida es una fiesta un poco aburrida, por eso el “Día perfecto”, aunque soso, no es para colgarse oyendo Lou Reed, pero tampoco es para algo en especial; es para fantasear, apenas. El Pez es un cadáver exquisito, sobre todo si se acompaña con un buen vino.
Bonus Track: Los Árboles - “Antonio”
Si bien Raúl Gómez Jattin no está dentro del grupo nadaísta, según el poeta Jotamario Arbeláez hace parte de los escritores “con lenguaje nadaísta” y ésta es una interpretación magistral de su poema “Ofrenda” por parte de Los Árboles.
Fuente:
Benítez Ortiz, Michael. “El nadaísmo en la música: poesía y rock and roll”. Revista Noisey, 3 de abril de 2018.