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Lo ético del nadaísmo

Por María-Dolores Jaramillo

Todos los nadaístas fueron educados por familias católicas, apostólicas y romanas. Muchos pasaron por el seminario, como Amílcar Osorio, Eduardo Escobar, Darío Lemos, o Guillermo Trujillo, dejando éste en sus vidas una impronta religiosa imborrable (1). Eduardo Escobar quiso ser el primer papa latinoamericano antes de Bergoglio… Y varios de la cofradía tuvieron entre sus parientes más cercanos a sacerdotes y monjas. Su educación familiar y escolar coincidió con la enseñanza de los valores cristianos, mayoritarios en la Antioquia de los años cincuenta y sesenta. Los colegios de Colombia, principalmente regidos por religiosos, protegían y divulgaban con celo valores católicos, como el desprendimiento, la vida austera, la solidaridad, el perdón, la generosidad y la gratitud.

Los nadaístas añadirían a esta selecta lista de valores cristianos —aprendidos en la infancia—, otros, provenientes de las lecturas y reflexiones literarias y filosóficas de su tiempo, como la defensa de la dignidad humana, la libertad de pensamiento, el valor de la duda, o la libertad en las decisiones del amor. Y algunos, labrados en la adversidad, y ante la perversidad de la sociedad, como el coraje.

Muy temprano, los rebeldes precursores antioqueños pensaron en los valores esenciales y trazaron fronteras: se manifestaron en contra de numerosos antivalores afirmados por la cultura y la tradición, como la ambición y acumulación de dinero, la usura, la explotación del hombre, el esclavismo, el arribismo social, el racismo, la exclusión homofóbica, o la pompa y la solemnidad. Contra las taras del misticismo, contra la beatería y la milagrosa esperanza, contra la ignominia, contra los facinerosos, contra los que destilaban odio, o contra la maldad humana. El nadaísmo fue una amplia insurrección ética e intelectual frente a la tontería, los falsos prestigios, la mentira, la impostura, la falsa apariencia, las tradiciones camanduleras, los dogmas o la reverencia. Gonzalo Arango lo denomina, desde el Primer manifiesto (1958), una «revolución espiritual» contra mitos y dogmas. Y anuncia que lo acompaña una nueva «ética para la tierra», una «ética de la inmanencia», alejada de las torres verbales de la metafísica y las falsas ilusiones de la trascendencia.

Con un gran sentido del humor —el autodenominado profeta y sus apóstoles— se burlaron de múltiples antivalores predominantes en la sociedad de su tiempo. Rechazaron la hipocresía y subrayaron la franqueza. Frente al servilismo ante los poderosos exhibieron la irreverencia. La pregunta. La duda. Nada se debía sacralizar ni mitificar: ni el cura, ni el obispo, ni los escritores mayores, ni los padres, ni el profesor, ni el rector del colegio. Todo podía ser pensado, evaluado y cuestionado. Su labor tanto individual como grupal siguió el camino del análisis y la desacralización. Cayeron en sus conversaciones y reflexiones conjuntas muchas idolatrías, y se inició un capítulo renovado y vital de hombres íntegros, analíticos, librepensadores independientes, apoyados en la evidencia y la experiencia, y no en la fe ciega. Si Gonzalo Arango a los veinticinco años se declaró ateo, y exhibió ademanes irreligiosos, sus valores humanos, auténticos y profundos, nunca se desmontaron. Dejar de lado las creencias religiosas no significó anular los mejores valores, los «sentimientos morales», como él mismo los llamó, como la rectitud, la honestidad, la defensa de la vida o el rechazo de la violencia en todas sus formas.

Arango pregona, y prueba con su vida, el valor de la amistad. Y la gratitud con sus amigos. Correspondencia violada (1980), compilación de Eduardo Escobar de las cartas de los nadaístas, es un testimonio de los fuertes y auténticos lazos de amistad y hermandad que existieron entre algunos nadaístas. En los años sesenta se invitaba a las comunas hippies y a los kibbutz. A formas de vida comunitaria y solidaria que también celebraban los evangelios, y que los nadaístas intentaron algunas veces.

Contra la violencia y el terror que tuvo que soportar Gonzalo Arango en la prisión de La Ladera, afirmó muchos valores humanos, y la necesidad de la compasión, sentimiento de herencia cristiana. Las distintas experiencias vividas fueron invitando a los nadaístas a perfilar y afirmar nuevos valores. Gonzalo Arango perdonó el odio y fanatismo de los enemigos que lo condujeron a la cárcel. Eduardo Escobar soportó y olvidó la persecución, la falsa acusación de estupro, y la injusta prisión por enamorarse joven y ser correspondido.

Hay una decisión ética y una conducta ética en los rechazos y cuestionamientos de los antivalores, y, también, en las afirmaciones y propuestas de los nadaístas, respaldadas con actos cotidianos, y en su elección de valores más respetables. Los nadaístas pensaron muchas veces en los fundamentos de la moralidad de las creencias y los actos humanos. El Primer manifiesto (1958) habla de una «nueva moral que parte del hombre y que termina en el hombre». Y en la escritura de Gonzalo Arango, lo mismo que en la de Eduardo Escobar, o la de Jaime Jaramillo Escobar, abundan interesantes reflexiones éticas y una continua reformulación de valores, a la que invitaba Nietzsche a los mejores hombres.

No gratuitamente Gonzalo Arango, líder del nadaísmo, fue bautizado con ánimo protector por su madre, como Gonzalo del Niño Jesús. El protegido del niño Jesús se convirtió en un distinguido poeta, un fino humorista, un hombre de alta dignidad, rector de su propia vida, escritor de calidad, y un amplio y limpio soñador. Soñó con paradigmas de justicia y sabiduría. Se preocupó por el sufrimiento y la miseria. Y optó por un final piadoso con olvido y perdón. No podemos hoy, con estultez intelectual, seguirlo haciendo reo de sacrilegio.

Las múltiples reflexiones y propuestas éticas del nadaísmo, incluidas en casi todas las páginas de los textos literarios y periodísticos de sus afiliados, tienen plena vigencia e importancia. El nadaísmo deja una escritura deliciosa, por su lucidez y abundante humor, de vigorosos argumentos para la reformulación de nuevos paradigmas (2) y valores humanos esenciales.

Notas:

(1) «Los seminaristas del primer nadaísmo fuimos Amílcar, Darío Lemos, Guillermo Trujillo y yo…». «Había un gran dibujante al principio, Antonio Isaza… que abandonó el nadaísmo para irse de franciscano… Y contemos también a William Agudelo, que fue nadaísta tardío, y que también renunció para irse con Ernesto Cardenal a Solentiname… Ahora, según entiendo, vive en Medellín. Publicó un libro bellísimo, mistico, Nuestro lecho es de flores, especie de cantar de los cantares de un cocacolo… Hace días vi unos poemas suyos en la revista de la U. de A.…». Correspondencia con Eduardo Escobar.
(2) Una de las más recientes columnas del poeta Eduardo Escobar, titulada «Reinventar los paradigmas», El Tiempo, 9 de abril de 2019, plantea esta larga y continua preocupación de los nadaístas.

Fuente:

Jaramillo, María-Dolores. «Lo ético del nadaísmo». Comunicación personal, 15 de junio de 2019.

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