Nadaísmo revisado
Angelita, viuda de Gonzalo Arango, tras un silencio de 30 años, asegura que del nadaísmo nada queda.
Se cumplieron 30 años de la desaparición de Gonzalo Arango y corrieron ríos de tinta y fueron muchos los homenajes en memoria del profeta del pesimismo, ese movimiento irreverente y crítico del sistema que nació en 1958, pero queda la duda de si dejó algo perdurable más allá del recuerdo de una vocación de escandalizar por escandalizar.
Su viuda, Ángela Mary Hickie, Angelita, que estuvo callada durante estos años, resolvió ahora alzar la voz para decir que está desilusionada con lo que han escrito sobre Arango, que el mensaje del padre del movimiento fue más allá del nadaísmo y que al final de su vida nada tuvo que ver con las ideas con las que hoy lo asocian al recordar su nombre. “Lo que alguna vez dijo Gonzalo Arango sirvió para su momento, para una búsqueda perfectamente personal —dice Angelita—. Pero pretender extenderlo hasta estos días es anacrónico y es desdibujar al hombre que al final de su vida dejó a un lado las ideas nadaístas y encontró un camino lejos del pesimismo y la crítica”. Algo que el mismo Arango dejó escrito en ¡Soy otro!, un poema en el que, entre otras cosas, dice: “Mis secretas historias de ego terminaron en un puñado de ceniza ardiente... todo lo que no era yo: lo externo, lo irredento, lo perecedero, lo fatuo, lo social, dejó de ser en mí para siempre”. Este proceso que en este poema Arango describe como de “purificación”, empezó una noche de 1970 cuando, según Angelita, le contó lo que le había pasado ese día: “Tuve que esperar toda la tarde para que un gerente me atendiera y me humillara por un ‘pinche’ aviso para financiar nuestra revista Nadaísmo 70. ¡Detesto hacer antesala!”. Ella le preguntó entonces por qué seguía haciendo la revista y Arango, tras un silencio de segundos, le respondió: “¡Al carajo con el nadaísmo!”.
Por eso Angelita, la inglesa que tras vagar por el mundo acabó en San Andrés y allí encontró el amor con el poeta, sostiene que cuando Arango “atacaba, blasfemaba y negaba todo era claro que estaba en una búsqueda”, pero que un día se agotó de maldecir. “Se sentía esclavizado y quería liberarse porque el nadaísmo había degenerado en una moda para engordar el ego y la vanidad de sus poetas”, dice ella, y de ahí su tesis de que el poeta fue más de lo que sus amigos y seguidores quieren recordar. Para corroborarlo, menciona el poema Nunca aspiré al poder, en el que Arango dice: “El nadaísmo no era el fin, sino el medio de realizar cada uno su infierno o su paraíso a la medida de sus sueños, de sus furias, para gustar su sombra bajo el sol y beberse su sed”.
Para Angelita, el nadaísmo murió en los años 70, enterrado por su propio progenitor. Y por eso recuerda que en Correspondencia violada Arango arremete contra sus discípulos y dice que están “desenterrando sus viejos cadáveres literarios para vivir de ellos en un sentido publicitario, maquillando su pasado de modernidad sin alma, huevos filosofales de plástico. ¡Qué falta de fe en la vida seguir creyendo que el nadaísmo es la salvación...! Lo que vale es lo que somos, no lo que fuimos”.
Seguidores y supérstites del movimiento, entre ellos Jotamario Arbeláez y Eduardo Escobar, creen que el nadaísmo como actitud irreverente sobrevive en los jóvenes inconformes. “No se polemiza con Yoko Ono ni con María Kodama, a riesgo de legitimarlas —sostiene Arbeláez—. Si los nadaístas nos dedicáramos a contestarle a Angelita, esa sí sería la muestra palpable de nuestra decadencia como extremistas, luego de 50 años de mantener con vida el movimiento más negativo y virulento en la historia de la literatura”. Por su parte, Escobar sostiene que “el nadaísmo no es un circo de viejitos nostálgicos”, sin embargo dice que el acto rebelde por la rebeldía misma ya no es válido y además critica que los jóvenes de hoy escandalizan pero sin tener nada esencial que decir. “Ya no invitamos a matar a los padres, ni profanamos hostias, ni escribimos sobre la belleza del bandido —dice—. Cuando pregonábamos eso teníamos 20 años, hoy eso es imposible y por eso afirmamos la vida y seguimos preocupados por el mundo”.
Antes armaban escándalos con manifiestos, camisetas rojas y mechas largas, pero hoy, como acepta Escobar, “en un país que pone carros-bombas y vive tantos horrores, ya no escandalizaríamos a nadie”. Una confesión que, es inevitable, lleva a la conclusión de que el nadaísmo es historia patria. Que de él apenas queda el recuerdo de una irreverencia que apenas si asoma las orejas en las columnas periodísticas de Escobar y Arbeláez. En el fondo ellos son lo que Escobar dijo que era el propio Arango, “ovejas disfrazadas de lobos” que, como dice Angelita, “se dedicaron a la nostalgia y a cargar con un cadáver porque si lo hubieran enterrado se habrían quedado sin qué decir”.
Fuente:
Revista Cambio, sección Cultura, diciembre 11 de 2006.