Obra negra de
Gonzalo Arango
Por Dasso Saldívar
Aún pervive en muchos el tópico de que Gonzalo Arango, aparte de un buen prosista, no fue más que el creador y el gran personaje del Nadaísmo, pero que como poeta fue un escritor endeble. Ciertamente, sus poemas, con algunas excepciones, son inferiores a su prosa, y cuando los leemos advertimos al escritor ingenioso que de forma voluntariosa fabricó esos versos. En cambio, cuando abordamos su prosa más madura, salta a la vista el poeta fino y el pensador agudo que engarza las palabras con la misma elaborada naturalidad con que el gusano segrega su seda. Al poeta Gonzalo Arango hay que buscarlo pues en sus mejores prosas y, sobre todo, en su vida. Comoquiera que para él la poesía no fue sólo una metáfora, una palabra o una retórica, sino una actitud de compromiso con la vida, con la belleza, con el amor a los desamparados, Gonzalo Arango fue, ante todo, el poeta en ejercicio de la vida. Su primer placer, como dijo Pavese, era el de estar vivo: “Deseo conquistar mi vida como única finalidad del arte”, anotó en su “Testamento” el escritor de Andes. Y lo consiguió por partida doble, pues su visión de la realidad en general, con su belleza y su fealdad, su plenitud y su vacío, así como su forma de expresar sus emociones y sus sentimientos hacia sus semejantes, eran las de un agudo y certero poeta.
Con la excepción de sus obras de teatro, Gonzalo Arango no acostumbró escribir libros orgánicos, sino muchos textos sueltos compilados luego en diversos volúmenes. En los distintos géneros que practicó, sobre todo en el epistolar, donde con frecuencia rebasa el papel de nadaísta para ser él mismo desde las certezas y sentimientos más íntimos, encontramos textos que son verdaderas perlas de la mejor literatura colombiana. “A mi padre, quien con su bondad desbordó los moldes de la gloria”, de Memorias de un presidiario nadaísta, es una pieza espléndida y conmovedora donde el escritor deja constancia, ante las cenizas de su padre, de su profundo amor filial y se hace una autocrítica sin concesiones por la inutilidad social que conlleva su destino de escritor. “Medellín a solas contigo”, de Sexo y Saxofón, es un delicado canto de amor a la ciudad de su alma, pero es también una requisitoria a la ciudad del asfalto y del acero que, al contrario que el poeta, no busca el ser, sino el tener, lo que lo llevó a la rebeldía espiritual y literaria. “Elegía a Desquite” y “Águila Negra”, de Prosas para leer en la silla eléctrica, son indagaciones maestras en la oscura existencia de dos delincuentes de renombre, en las que el buceador de almas y el poeta certero nos conducen hasta la luz que hay al otro lado del túnel para enseñarnos de forma acusatoria la sociedad que determinó sus dramáticos destinos. “¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”, se pregunta sobre la tumba de Desquite, y responde: “Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”. A Águila Negra lo conoció de forma accidental en la cárcel, y aunque lo describe a lo largo de cinco páginas sin desperdiciar ni una línea, ni una frase, ni una imagen, bien podría haberlo hecho sólo con esta frase memorable, como tantas otras suyas: “Aunque no miraba a nadie el contorno de esa mirada era su reino”.
Más allá de la moda del Nadaísmo, que, como todo ismo, nació con una fecha de caducidad efímera, buena parte de la obra de Gonzalo Arango perdurará por ser portadora de dos hazañas poco frecuentes en nuestra literatura: haber conciliado en un mismo discurso poesía y pensamiento y ofrecer una de las más altas prosas de la literatura colombiana del siglo XX. Obra negra, la completa e imprescindible antología que Jotamario preparó en 1974 para la editorial argentina de Carlos Lohlé, recoge apartes del histórico “Primer Manifiesto Nadaísta” de 1958 y de otros manifiestos, como el “Terrible 13 Manifiesto Nadaísta”, fragmentos del Diario de un nadaísta, Prosas para leer en la silla eléctrica, El infierno de la belleza, Sexo y Saxofón, Amor sin manzana, Café y confusión, Los días de nuestra vida, Prensa y sensación y Adiós al nadaísmo. Coherentemente, el compilador ha colocado al principio los textos fundacionales del Nadaísmo y al final los textos de los funerales de este movimiento. En medio, el Gonzalo Arango más maduro, coherente y perdurable, como el de Sexo y Saxofón, Prosas para leer en la silla eléctrica y Los días de nuestra vida. Y es este Gonzalo Arango, el que ha sobrevivido a la herrumbre nadaísta, aquel cuya palabra profética cobra una trágica actualidad, el que hoy nos demanda una nueva antología suya, porque, hay que decirlo bien alto, los colombianos necesitamos con urgencia, como anotó Juan Lozano, “su honestidad intelectual, su vocación pacífica, su formidable y atormentada franqueza, su visión crítica sobre Colombia y su devoción por el amor”.
Fuente:
Artículo difundido por el diario virtual Cronopios el lunes 26 de septiembre 2005.