Eduardo Escobar (1979)
Foto por Jorge Torres (Cromos)Nosotros llamábamos a Eduardo cariñosamente “Eduardito”, y sus antiguos camaradas de vagancia y santidad aún lo llamamos con diminutivo. También le decíamos “El Nieto” por su casta inocencia. Era tan frágil, daba tal sensación de espiritualidad con su flotante estatura de uno con ochenta, que el maestro Fernando González lo bautizó “El Diosecito”. Es que por entonces estaba sumergido en un misticismo purificador, padeciendo su poesía con una paciencia de santo, en un horno de llamas negras.
Yo creo que Eduardo se metió al nadaísmo por una razón: por unas ganas terribles de ser cualquier cosa en la vida, menos gerente del Banco Comercial Antioqueño. Creo, igualmente, que al elegir el nadaísmo, hizo el mejor negocio de su vida, aunque hoy por hoy sea el poeta más varado de nuestra generación. Eso no importa. Lo cierto es que al perder la ganga de ser gerente se ganó el maldito y sacrosanto derecho a vivir, a ser poeta, lo que significa ejercer la vida como un destino. Ser poeta, como quien dice: vivir despierto, sobre todo en el sueño.
Gonzalo Arango
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